Curioso por conocer, así lo dijo, las mundialmente famosas palmas tamaulipeca, Serrat supo de ellas.
Un cómplice al piano, el Nano y su guitarra, las entrañables canciones y el humor, el bendito humor, bastaron para hacer la magia.
Y vivimos la fiesta! Ya mañana cada uno a sus miserias; en tanto, Serrat probó, cien por cien, ser el mejor. Si digo que se comió la noche, digo poco.
a.a
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