lunes, 20 de octubre de 2008

Cuatro meses, tres semanas, dos días



No hace mucho le leí a Juan Villoro que todos los mexicanos tenemos dos trabajos, aquel por el que nos pagan y crítico de cine.

En ese entendido me dispongo al ejercicio de una de mis funciones. Pero antes un aviso válido para esta crítica y las venideras: Las alusiones técnicas a granel me provocan tedio por ello las omitiré. Dicho de otro modo, no me demoraré en hablar de planos secuencias, manejos de cámaras, enfoques y tal. También me aburre abundar en el reparto; no obstante, el gentil lector podrá pulsar las letras del título de la película en cuestión y de ese modo accederá a un vínculo de la red donde le informarán sobre actores, directores, productores y demás.

Salvada la advertencia, paso a compartir mis impresiones sobre Cuatro meses, tres semanas, dos días, el film rumano que en 2007 se alzó con la Palma de Oro en Cannes.

La historia es esta: Son los días del comunismo en Rumania. Dos chicas comparten habitación en una residencia de estudiantes. Una de ellas cumple cuatro meses, tres semanas y dos días de embarazo no deseado el día que lo interrumpirá en complicidad con su amiga y con la intervención de un abortista.

En la Rumania de Ceausescu el aborto es ilegal. La penalización no disuade, empero, a las miles de mujeres que recurren a esa alternativa. Uno de los aciertos del director de la cinta, Cristian Mungiu, es su renuncia a pontificar a favor o en contra del asunto. Se limita a contar una historia.

La economía de recursos es el sello del trabajo de Mungiu; nos demuestra una vez más que para crear una obra maestra no es requisito necesario disponer de un ingente presupuesto.

Por otra parte, mucho se ha criticado la decisión del director de mostrar el feto sanguinolento en el baño del hotel donde se practicó el aborto. Se le juzga una rudeza innecesaria. No estoy de acuerdo. Es justamente esa resolución la que da carácter al film.

Aunado al escarpado tema de la interrupción del embarazo; de modo sutil, sin estridencia, reproduciendo la cotidianidad, asistimos a una eficiente crítica del los años del socialismo rumano; un gesto simple, reservar una habitación de hotel suponía internarse en el dédalo del burocratismo.

Es también una historia sobre la amistad llevada al extremo. Ya porque el abortista exige trato sexual con ambas chicas como parte del pago por su trabajo; ya porque una de ellas deambulará las frías y oscuras calles buscando dónde deshacerse del feto.

Veo difícil, en lo que resta del año, se proyecte una cinta superior a esta. La recomiendo ampliamente no sin antes largar una advertencia: no es apta para los blandos de piel.

a.a

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