martes, 23 de febrero de 2010

Tenebrario




Me informan de los quebrantos en la salud de una tía que endulzó mi infancia. Triste noticia.

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En la ciudad se respira peligro. Me llegan e-mails y llamadas de amigos: Qué hacer si un retén te detiene. Que hay disparos en tal zona. Que tome tal calle y evite otra.

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Anoche interrumpí mi rutina en el Gym. Nos evacuaron media hora antes del cierre: había, dicen, balacera por Smart.

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Es el reino del rumor: que se disputan la Plaza, que ya está pactado el asunto, que esto y que lo otro. A ciencia cierta nadie sabe nada.

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Negamos el peligro, de espaldas a la muerte evitamos la tenebra de su brillo; pero siempre ha estado aquí, nunca se ha ido.

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Edgar Morín: "Cada cual oculta su muerte, la cierra bajo siete llaves, como los judíos en el ghetto de Varsovia que, sabiéndose condenados por los nazis, continuaban dedicándose a sus ocupaciones y jugaban a las cartas y cantaban."

lunes, 15 de febrero de 2010

De orgullos y vergüenzas



Es conocido: Si la selección mexicana de fútbol, por poner el más clásico de los ejemplos, gana un partido; nosotros ganamos. Si en cambio, como suele ser más frecuente, el resultado es adverso; entonces es ella, la selección, la que perdió. Y así en todo.

“No deberíamos sentir orgullo de lo que no logramos, ni vergüenza de lo que no somos responsables” adelanta don Luis González de Alba, uno de los poco intelectuales mexicanos de izquierda que pueden asumirse como tales y no enrojecer de vergüenza. El comentario lo antepone a la reflexión sobre el Bicentenario y lleva razón. Somos muy buenos para enjuiciar y señalar con dedo flamígero lo que aquellos mexicanos hicieron mal o dejaron de hacer; también suele ocurrir que malentendemos lo que hicieron. González de Alba nos invita a mirar la viga en el ojo propio antes de ejercer inquisiciones.

El buen juez por la casa empieza, de ahí que nos comparta aquello que lo envanece y además expurgue su mea culpa. Leamos:

Así pues enlisto algunos motivos de orgullo y vergüenza de los que sí me siento responsable.
Mi trabajo en divulgación de la ciencia podría ser mejor. “Sólo traduce artículos de gringos”, dice un lector. ¿Qué se puede responder? No, no trabajo en conseguir fusión de hidrógeno, como debería estar haciendo, pero además de encontrar la nota (y Science me cuesta mucho dinero) y traducirla, explico: por ejemplo que la implosión ocurre también en las supernovas y deja una estrella de neutrones. Eso no estaba. Como tampoco qué son el deuterio y el tritio, qué un neutrón y un isótopo: los científicos escriben para sus iguales y no explican lo sabido, lo hago yo. Sé, con satisfacción, que hay al menos un físico que estudió esa carrera luego de leer mi historia de la cuántica (libro agotado).
Me avergüenza recordar, como buen obsesivo, que al recibir mi premio de periodismo por divulgación de ciencia, dejé a un miembro del jurado con la mano tendida, como me señaló mi amigo al sentarme: iba muy nervioso porque soy antisocial y el premio lo entregaba Cuauhtémoc Cárdenas, cuyo gobierno en el DF era una decepción.
Me avergüenza haber sido fundador y copropietario de La Jornada, que es ahora lo que es. Me avergüenza el sindicato de la UNAM que con tantos amigos ayudé a fundar. Me avergüenza el PRD, cuyos ancestros contaron con mi participación. Me avergüenza mi defensa, juvenil e ignorante, del monstruoso régimen castrista y del ignominioso Muro de Berlín; pero al menos ésta ya la pagué, y con lágrimas, y le arranqué a golpe de marro y cincel un pedacito que aún guardo.
Me da orgullo haber sido de los pocos que no dudamos ante el Chávez de Tabasco y haberle quitado algunos votos de los muy pocos con que perdió.
Me avergüenza mi incapacidad para hacer política y tener sólo opiniones y no riendas para hacer de México un país con un sistema de justicia eficaz, una hacienda con buena recaudación y un sistema de investigación científica sólido que nos inserte en el mundo…
Tampoco entiendo las marchas por el “orgullo gay”, ni me avergüenza mi orientación sexual. Creo que hago más con una novela como la reciente El sol de la tarde, mi versión del desencanto en mi generación, con su historia de amor entre dos militantes de izquierda, que con marchas y grititos: no me siento para nada identificado con las lentejuelas. Creo que más adolescentes se han sentido confirmados en su orientación al leerme que al ver pasar desfiguros que, la mera verdad, sí me dan vergüenza. He evitado más suicidios de indecisos con ensayos como La orientación sexual y novelas como Cielo de Invierno que marchando con tetas falsas y botas de tacón aguja.

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Dos avisos: 1.- Hoy toca el Cineclub (lugar y horario acostumbrados). 2.- Para aquellos que me acusan de misógino: el viernes 12 de marzo dedicaré el Cículo de Lectores de ese mes a rendir los honores a Blanca Varela. (Será modesta mi rosa, Blanca, pero desde que te conocí y hasta que muera: rendido a tus pies.)

jueves, 11 de febrero de 2010

Deseando amar




No es ningún secreto, el cine del lejano oriente está maravillando al mundo entero. Dentro de ese catálogo se encuentra la más señalada obra de Wong Kar Wai, In the Mood for Love.

Para contribuir a la intoxicación generada por el 14 de febrero exhibiré al día siguiente (lunes 15, 18:30hrs, cineclub de la Biblioteca del Multidisciplinario de la UAT) esa cinta unánimemente celebrada por la crítica.

Deseando amar corre presurosa a situarse como un film canónico, y no es para menos: aborda, por asunto, el tan roído y sin embargo duro hueso del amor. El amor como tema es un gran riesgo, cualquiera lo sabe; ello no impide que una generación tras otra anhele reflejarse en ese espejo.

La trama transcurre en el umbral de los sesenta en Hong Kong y se centra en el enamoramiento de un par de vecinos, una oficinista y un periodista, engañados por sus respectivos conyuges (a estos últimos el director renuncia a darles rostro. ¿Por qué? Acaso porque para efectos del amor se suman dos y más no hace falta). Eso es todo.

Claro, si eso fuese todo, ello sería pasto verde para el bostezo. Lo que redime a esta película del apretado mar de la mediocridad es el talento de su director. Wong Kar Wai asume riesgos técnicos que en otras manos hundirían el proyecto: repetidas secuencias, cámaras lentas, etc.

Es improbable que luego de verla se olvide a Maggie Cheung (la actriz protagónica) en su paseo rumbo de comprar tallarines un día lluvioso.

El aroma de esa flor arcaica y tan roja perdura: es el amor. Y ya Borges lo advirtió: habrá que esconderse o huir.

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El título original: Consultado Wikipedia dí con él: Fa yeung nin wa (花樣年華), Traducción literal: "La magnificencia de los años pasa como las flores"; con ello se confirma que un poeta se ha instalado en el cine.

lunes, 8 de febrero de 2010

Delante de la luz cantan los pájaros


En 1975 Octavio Paz gestionaba con su editor en España, el catalán Pere Gimferrer, la publicación allende el Atlántico de la obra de un contemporáneo suyo pero rescoldo de otra época, “parece un hombre del siglo XVII”, sostenía Paz, el también poeta y amigo suyo Marco Antonio Montes de Oca.

Veinte años atrás Montes de Oca había publicado un largo poema dedicado a Octavio Paz bajo el título Contrapunto de la Fe del cual reproduzco este fragmento:

Colibrí, astilla que vuelas hacia atrás
y te detienes
y en picada avanzas
contra el pecho milenario del perfume:
en tus manos encomiendo
las generaciones todavía plegadas a mi carne,
las llamaradas de nieve en el diamante
y la coraza de súplicas que protege a la ruina
contra el definitivo polvo.
En tus manos y alas encomiendo
al siempre silencioso, al poeta
que rasga sus vestiduras hasta el hueso
y acoge a sus espectros
y les transmite nueva niebla
soplando una canción entre sus labios secos.
En tus manos encomiendo al niño marinero
que crece cuando le falta la piel
para tatuarse el perfil de cuanto sueña,
pues no le duele al revés del párpado
su propia carne viva,
ni el hombre al hombre,
ni la sal a las heridas del mar.
En cambio los niños sufren
cuando todavía vendados por un vientre,
sólo contemplan la luna
si su madre bosteza.


Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009), para decirlo con sus palabras, eludió la moral de la usura. Escribió poesía por poco más de medio siglo. Penetrar la obra de Montes de Oca es adentrarse en una honda espesura. Hay que ser cauteloso y moverse sin prisa; la abundancia y esplendor del follaje podrían intoxicarnos. Pero, lo aseguro, nuestra paciencia será recompensada: en una rama leve, en un pájaro que duda entre el trino y el vuelo, en un mediodía que ya no puede más y explota en luz, ocurrirá el milagro.

El 8 de febrero de 2009 falleció este extraordinario escritor. Por esa razón al filo de las 19:00hrs en la Biblioteca del Multidisciplinario de la UAT dedicaré a su memoria la reunión de este mes del Círculo de Lectores, leyendo algunos poemas de su vastísima obra contenida en Delante de la luz cantan los pájaros.

Un día como hoy, señores, hace un año, murió un poeta: eso no ocurre a diario.

martes, 2 de febrero de 2010

En una nube



Viene a mi memoria la mañana sabatina que le conocí. Antonio Sarabia lo llevó a una reunión del Círculo de Lectores; por aquel entonces sesionábamos en el Archivo Municipal. Recuerdo aquel día como se recuerdan los momentos estelares: leímos el Farabeuf de Elizondo. Al término de la jornada y después de una plática que se prolongó por horas me pidió que en adelante esas lecturas las coordinara en la sala Ted Sadlovski, en su casa, pues. Dije que sí y ese fue el comienzo de nuestra amistad. Despistado como suelo ser, no supe sino hasta más tarde que había conversado con una de las figuras emblemáticas de Nuevo Laredo: el Maestro Sergio Peña.

Compartíamos el mismo código e idénticas manías, la primer ocasión que le acompañé a un evento en el Centro Cultural, ante la próxima alharaca de una partida de impresentables dije para mí a media voz: infame turba de nocturnas aves; para mi sorpresa, de modo natural, él completó la aliteración: gimiendo tristes y volando graves. Ya todo estaba dicho.

Leí para él en lentas tardes de domingo pasajes de En busca del tiempo perdido y en una ocasión examinamos estrofa por estrofa La fábula de Polifemo y Galatea. (Dicho sea de paso, en adelante, ¿con quién podré repetir el gusto?) Escuche usted este remate Sergio: “Si ya los muros no te ven de Huelva/ Peinar el viento, fatigar la selva”, es extraordinario, ¿no cree? “Naturalmente, Alfredo, naturalmente”. Esa sentencia se hizo familiar entre nosotros.

Me contagió su pasión Bach y fui testigo de sus esfuerzos con las Variaciones Goldberg. El autor que conoció por mi y ante el cual, para usar uno de sus verbos favoritos, enloqueció fue Fernando Vallejo. (Sabía usted Sergio que Fernando está a favor de la explotación de los pobres… ¡pero con dinamita!).

Otros hablarán con mayor autoridad de sus méritos como pianista y de sus empeños como mentor de la cultura en la localidad; yo sólo podría recordar algunos episodios compartidos. Ambos preferíamos la soledad. En las reuniones de carácter social su elaborada cortesía disfrazaba su incomodidad ante la gleba. Pero llegada la hora, y siempre llegaba, me susurraba al oído: “con extremo sigilo esfumémonos en una nube de pez y azufre.”

La noche del pasado viernes, mientras me dirigía a la serranía hidalguense, me llegó la aciaga noticia, la tarde de aquel día, mi amigo Sergio Peña, con extremo sigilo, se había esfumado en una nube…