Aunque entre nosotros, síntoma de acusado talante aldeano, la noticia en los medios culturales pasó practicamente desapercibida, en agosto de este año se nos fue Alexander Solzhenitsin.
Clásico del siglo XX, Nobel de literatura en 1970. El siguiente esbozo por Mario Vargas Llosa suple el retrato que mi torpeza no provee:
Había en Solzhenitsin algo de esa estofa de la que estuvieron hechos esos profetas del Antiguo Testamento a los que hasta en su físico terminó por parecerse: una convicción granítica que lo defendía contra el sufrimiento, un amor a la verdad y a la libertad que lo hacían invulnerable a toda forma de abdicación o de chantaje. fue uno de esos seres incorruptibles que nos asustan porque su sola existencia delata nuestras debilidades.
Pocas son las obras literarias que pueden ufanarse de cambiar al mundo. La trilogía bajo el nombre de Arhipiélago Gulag, una de ellas. Dramático y desgarrador testimonio, escrito en los campos de internamiento y castigo, donde el totalitarismo soviético pretendía silenciar la disidencia. Solzhenitsin emergió de ese infierno concentracionario para, nos dice Vargas Llosa, "contarlo y denunciarlo en unos libros cuya fuerza documental y moral no tienen paralelo en la historia moderna." A partir de Archipiégalo Gulag los intelectuales de occidente no pudieron pretextar ignorancia en su defensa del régimen soviético.
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