martes, 5 de noviembre de 2013

A la memoria de Álvaro Mutis


Álvaro Mutis, poeta y novelista –también coqueteó con el ensayo-, aunque nacido en Colombia,  desde 1956 se estableció en la ciudad México, por lo que no es gratuito considerarlo uno de los nuestros, falleció el pasado 22 de septiembre víctima de un problema  cardiorrespiratorio.

Recibió numerosas distinciones por su trabajo, entre ellas podemos destacar los premios Reina Sofía y Cervantes. 

Cualquiera de sus libros me parece recomendable. Uno de sus primeros trabajos Los elementos del  desastre   gusta a todos sus lectores; los de ayer y los de ahora. Hay algo inefable en esos versos, de humedad y de salitre, a manera de  imán. Fue en ellos donde conocí  al personaje central de sus navegaciones, Maqroll el Gaviero;  alto avizor, laborioso viajero por tierras  de fiebre y aventura. 

Maqroll  fue la conciencia del poeta, así lo vio Octavio Paz; pero no cualquier poeta,   Mutis pertenecía a la estirpe más rara, la de aquellos que tienen “Necesidad de decirlo todo y conciencia de que nada se dice. Amor por la palabra, odio a la palabra…  Gusto del lujo y gusto por lo esencial”.

La primera lectura que hice de la Oración de Maqroll la equiparo a la primera ocasión en que el cielo vi partido por un rayo.  Aquí unos versos:

“¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento. Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro”.

Si la paciencia del lector admite otro título. También recomiendo urgentemente la lectura de Caravansary.  El título de ese poemario alude a la palabra inglesa que define al lugar (patio o posada) donde pernoctan las caravanas.  Para decirlo en corto, se trata de uno de los poemas en prosa más hermosos de nuestra lengua; homenaje a la condición nómada de todo aquel siempre presto a partir a otra costa, a otro horizonte, a la piadosa nada que a todos habrá de alojarnos.

Imaginemos al grupo que conforma una caravana mascando hojas de betel y escupiendo al suelo con monótona regularidad. Es de noche. Arriba:  inmutables estrellas. Abajo ellos dialogan, ¿de qué platican?

“Se habla de navegaciones, de azares en los puertos clandestinos, de cargamentos preciosos, de muertes infames y de grandes hambrunas.  Lo de siempre”.

lunes, 28 de octubre de 2013

Oración del 9 de febrero



Una apretada biografía del destacado militar y político mexicano Bernardo Reyes (1849-1913) contaría los siguientes hechos: peleó en la Segunda Intervención Francesa en México; por más de dos décadas gobernó y contribuyó al desarrollo industrial de Nuevo León; cercano a Porfirio Díaz (fue secretario de Guerra y Marina) en 1911 proclama el Plan de la Soledad donde se subleva contra el gobierno de Francisco I Madero, al poco es arrestado; dos años más tarde, la mañana del 9 de febrero de 1913,  es liberado por rebeldes opositores al gobierno maderista y se une al contingente que pretende tomar  Palacio Nacional, en el frustrado asalto es abatido. Por último, pero no menos importante, fue padre de Alfonso Reyes.

El hijo, a la postre, igualaría la fama del padre y consignaría su fatal desenlace como “una oscura equivocación en la relojería moral de nuestro mundo”. Testimonio del amor filial, diecisiete años después de la muerte de su padre, Alfonso Reyes comienza a escribir una de las piezas  más conmovedoras de la prosa hispanoamericana, la Oración del 9 de febrero.

Ajeno a la ansiedad, Reyes dispuso la publicación póstuma de su Oración. Ésta es llevada a cabo en 1963, por  Ediciones Era. Este año, cuando conmemoramos el centenario de la Decena Trágica, Era vuelve a editarla y, como en la primer ocasión, agrega el facsímil manuscrito.

En la Oración del 9 de febrero el regiomontano universal  consigna cómo remontó el luto: “Después me fui rehaciendo como pude, como se rehacen para andar y correr esos pobres perros de la calle a los que un vehículo destroza una pata; como aprenden a trinchar con una sola mano los mancos; como aprenden los monjes a vivir sin el mundo, a comer sin sal los enfermos.”

También nos comparte rasgos del carácter de su padre al analizar la evolución de su rúbrica; al pasearse por los tomos de su biblioteca. En todo caso, queda como imagen de don Bernardo la de un hombre al que  entusiasmaban las empresas titánicas, pleno de vigor pero contenido: “frena sus energías y administra el rayo”.

Los años finales del general Bernardo Reyes sumaron una decepción a otra. Tuvo que dimitir al cargo que tenía en el gabinete de Díaz por conflictos personales con otro grupo cercano a don Porfirio, el de los Científicos.   Vuelve a gobernar Nuevo León, no dura mucho; forzado a renunciar, parte a Europa y regresa a la caída de Díaz. Quienes le animaban a suceder en el poder al héroe del 2 de abril le fallaron, donde le habían ofrecido ayuda encontró delaciones; nunca segundas partes fueron buenas, sostiene Alfonso Reyes: “Ya no lo querían: lo dejaron solo. Iba camino de la desesperación, de agravio en agravio. Algo se le había roto adentro.” Obstáculos mil  le impidieron avenirse con Madero.  Una Nochebuena, vaya ironía, el cansancio le vence: se saber perseguido, en los límites de Linares se entrega prisionero. Qué otra cosa podía hacer con su vida un romántico como él, medita su hijo, sino tirarla por la borda, “arrojar a las olas su corazón”.   

La publicación de esta plegaria laica hecha libro fue saludada por el crítico Christhoper Domínguez Michael y la recomienda a los nuevos lectores de Alfonso Reyes como el pórtico perfecto “de toda una enorme obra que, mal tolerada, desdeñada e incomprendida, es una de las muestras más fieles de civilización –ruina y hogar, monumento y paraíso- que nuestra literatura le puede ofrecer al porvenir”. 

 Todos lo saben, y los que lo niegan saben que engañan: Alfonso Reyes fue la figura tutelar de su generación. Y no se ha visto que quepan dos centros en un círculo.

 

domingo, 13 de octubre de 2013

Peroratas


 
El diccionario define perorata como  discurso largo y aburrido y como un razonamiento molesto e inoportuno. Me gusta imaginar que fue Fernando Vallejo (Medellín, Colombia, 1942) quien sugirió a la editorial Alfaguara usar esa palabra para el conjunto de participaciones dispersas del autor colombiano recogidas en un libro bajo ese título. Dejemos que sea él quien lo presente:

“Alfaguara –nos dice Vallejo- ha reunido aquí treinta y dos textos míos: artículos, discursos, conferencias, ponencias, prólogos y presentaciones de libros y películas. En ellos quedan expresados mis sentimientos más fuertes: mi amor por los animales, mi devoción por algunos escritores, mi desprecio por los políticos y mi odio por las religiones empezando por la católica en la que me bautizaron pero en la que no pienso morir.”

Fernando  Vallejo pasará a la historia como el espléndido autor de novelas que ya es,  destacan La virgen de los sicarios y El desbarrancadero; o como el apasionado biógrafo de un puñado de autores, Barba Jacob el mensajero,  Cuervo Blanco (sobre el filólogo y gramático  Rufino José Cuervo); o como el furibundo ensayista de una larga diatriba contra la iglesia católica: La puta de Babilonia.

A quienes ya conocen la obra de este escritor  es posible que Peroratas aporte poco y agobie por reiterativa. Sin embargo, para quien sepa nada del colombiano es un buen comienzo en el conocimiento de sus amores y animadversiones.

Me puede parecer vana su insistencia en la primera persona narrativa pero no su aguerrido amor por las palabras. Admiro su claridad y contundencia: “Nadie tiene la obligación  de hacer el bien, todos tenemos la obligación de no hacer el mal”, pero no suscribo sus temeridades: “…  no te reproduzcas que la vida es un horror e imponerla el crimen máximo”.

Celebro su humor (negro, mayormente) y su honradez. A diferencia de tanto bribón y tartufo, como los hay, Fernando conecta su cerebro con su lengua y ésta con sus acciones. Ha hecho público su amor por los animales y, consecuente, donó integro los importes de los premios que ganó en reconocimiento a su trabajo, el Rómulo Gallegos y el que otorga la FIL de Guadalajara, a asociaciones protectoras de animales.

Su sinceridad, por momentos puede ofender y en ocasiones movernos a reflexionar. Como cuando distingue el amor del sexo: “Yo lo único que sé del amor es que está ahí, como la luz, como la gravedad, como una infinidad de fenómenos y cosas que me rodean y no entiendo… No sé muy bien qué sea el amor, pero de lo que estoy convencido es de que es algo muy distinto al sexo y a la reproducción, con los que lo confunde mi vecino.”

Por la misma senda, haciendo gala de honestidad brutal: “Lo único verdaderamente importante para el hombre es la alimentación y la cópula. O mejor dicho, la alimentación para la cópula, pues el hombre en esencia no vive para comer sino que come para lo otro.”

Recomiendo la lectura de este libro haciendo previo aviso de que en él encontraremos acendrados odios, escasas simpatías, alguna ocurrencia y no pocas necedades.

Finalmente, Fernando Vallejo, cometió la astucia de, en un breve enunciado, resumir su arte:   “Cada quien es sus palabras”.

viernes, 11 de octubre de 2013

Searching for sugar man


En la pasada entrega de los Premios de la Academia,  Searching for sugar man,    del  director sueco Malik Bendjelloul,  se alzó con el Oscar al mejor largometraje documental. Buscando a sugar man, o como sea que la nombren entre nosotros,   cuenta la historia de las circunstancias del segundo aire de un misterioso cantante norteamericano de raíces hispanas.

Nacido en Detroit, Michigan, en 1942, de padres inmigrantes mexicanos,   Sixto Rodríguez  es un compositor  cuyas  canciones lisa y llanamente pasarán a la historia  por el poder persuasivo de sus letras, las cuales  guardan un aire de familia con las de Bob Dylan.

En  los sesenta se desempeñaba cantando en bares de Detoit; a finales de esa década es contratado para grabar un disco,  lanzado al mercado en 1970 llevó por nombre Cold Fact. A partir de ese momento firmaría sus trabajos utilizando únicamente su apellido, Rodríguez.  Ni esa producción ni la que le siguió, Coming from Reality  (1971) obtuvieron éxito comercial en Estados Unidos.

Sin embargo, en las lejana  Sudáfrica el talento de Rodriguez fue apreciado por multitudes. Pertenece a la esfera del misterio la explicación del fenómeno; pero se barajan hipótesis. Cuenta la leyenda  que allá por los setenta  una chica norteamericana visitó a su novio afincado en Ciudad del Cabo; ella llevaba consigo Cold Fact. No es improbable que de ese modo se haya introducido nuestro personaje  en el mercado sudafricano.

Los jóvenes castigados por el apartheid  conectaron con las letras de Rodríguez y tomaron como suyas las protestas de sus canciones. El paso de los años incrementaría la popularidad de Rodriguez. Su álbum Cold Fact fue adoptado como símbolo en la lucha contra el poder opresor de aquella nación africana.  Sus canciones, como era de preverse, fueron prohibidas y censuradas en la radio pues no solamente avivaban el descontento sino que promovían prácticas ilegales, tal era el caso de una de las más populares,  Sugar Man:

“Silver magic ships you carry
Jumpers, coke, sweet Mary Jane

No se requiere mucha elucubración  para entender que Sugar Man es un eufemismo para aludir al dealer.

En una época anterior a las redes sociales, Rodríguez, como pocos, padeció las veleidades de la popularidad. Fue famoso ignorando que lo era.   Con el tiempo se esparció el rumor de que  en un concierto, ante una audiencia poco receptiva, se había suicidado.

Toda intriga genera sus detectives: promediaban los noventa cuando dos entusiastas del trabajo de Rodríguez, Stephen Segerman y Craig Strydom,  investigaban la identidad del músico. Segerman había detectado que la popularidad  en el país natal de Rodríguez era ínfima sino que inexistente.  Siguieron la pista del dinero, una pesquisa llevó a otra, hasta dar con la revelación mayor: Rodríguez aún vivía y trabajaba como obrero.

Al descubrimiento siguió el contacto directo y la posterior invitación a viajar a Sudáfrica para ofrecer conciertos. Sin embargo, poco cambió en la vida del cantante; las mieles del éxito le sorprenden cansado y con glaucoma. El dinero que ganó en los últimos años, informa el documental, lo dio a parientes y amigos. Continuó viviendo en su humilde casa en el centro de Detroit y forma parte de esa ciudad venida a menos que no hace mucho se declaró en bancarrota.

 

domingo, 29 de septiembre de 2013

La diligencia


Recuerdo un estribillo de Joaquín Sabina:

En pantalla Dalila cortaba el pelo al cero a Sansón
y en la última fila del cine, con calcetines aprendimos tú y yo.

Juegos de manos, a la sombra de un cine de verano.
Juegos de manos, siempre daban una de romanos.

Lo de los calcetines es importante subrayarlo porque alude a la edad temprana. He recuperado esas líneas no por lo relativo a los primeros escarceos del cantautor  andaluz sino por la serie de películas que cifraron el gusto de esa época.  Por lo que a mi toca, mi educación sentimental está ligada al western. De manera  que cuando niño, en la matiné, siempre daban una de vaqueros.

Borges veía el  western como un  bastión de la épica. Por la exaltación del coraje que suele caracterizarle,  el género no podía serle indiferente. Las películas del oeste nos simplificaban la existencia: éste era el valiente, aquel el canalla. Con el correr de los años el cine complicó la cuestión al punto que resultó indistinguible el bueno del malo. Quizá por eso recordamos con cariño aquella Arcadia donde no había lugar a las equivocaciones.

Entre las películas de vaqueros, La diligencia (Sategecoach), de John Ford, ocupa un lugar de honor. Data de 1939 y  el rol protagónico corre a cargo de John Wayne.

¿Qué sucede cuando un grupo de extraños se ven obligados, por las circunstancias, a compartir un trecho de sus vidas? Una de las posibles respuestas es la historia que nos cuenta este film.

Al principio se nos presentan a quienes viajarán en la diligencia: la prostituta, el médico borracho, la dama, el jugador, el banquero, el hombre de negocios, el sheriff y el conductor. En el camino se les sumará el prófugo Ringo Kid (Wayne).  También se nos informa  que el telégrafo ha sido cortado y en el área merodean los apaches.

Como se podrá imaginar, dando que el viaje inicia en un punto y terminará en otro, hay un desplazamiento, interrumpido por los altos en las diversas postas para descansar y comer,  durante el cual habrá lugar para la interacción entre los variopintos personajes. No hablaré del final pero anticipo que éste se teje entre el romance y un ajuste de cuentas.                                                                                                                                                                                             

Hay una secuencia que el espectador difícilmente olvidará, aquella donde la diligencia repele a plomo  una emboscada de los apaches. Ahí, quedó para la historia muestra de la pericia técnica de  Ford y su equipo.

John Ford (1894-1973), cuatro veces ganador del Oscar, dirigió más de 140 películas,  es uno de los grandes directores de la industria, comenzó su carrera en el cine silente, entre sus trabajos también se cuentan Las uvas de la ira, Qué verde era mi valle, El fugitivo, El hombre tranquilo, El hombre que mató a Liberty Valance.

Los exteriores de La diligencia  se rodaron en  Monument Valley, fue postulada a siete Premios de la Academia; consiguió dos -mejor actor de reparto (Thomas Mitchell) y  mejor música-.  Popularizó a John Wayne y es para muchos una de las mejores películas del oeste de todos los tiempos. El próximo miércoles, dos de octubre, en el cineclub de Estación Palabra, a eso de las seis de la tarde, se proyectará esta película. La entrada es libre.
Envío estas líneas a Antonio Saravia con quien no pocas veces he compartido el cine y la sardina.                                                                                                                                                                     

domingo, 22 de septiembre de 2013

La ternura caníbal



En una película de Woody Allen un par de malhechores maquinan un crimen. A punto están de ejecutarlo cuando uno interroga al otro: ¿y si existe dios?

Llama la atención como aún entre canallas afloran, no tanto como se quisiera, los miramientos. He pensado en este asunto luego de leer La ternura caníbal (Páginas de espuma, 2013) de Enrique Serna.

Ese  libro es la tercera aportación de Serna al género del cuento; le preceden Amores de segunda mano y El orgasmógrafo.

A Serna le son atractivos los personajes innobles; encuentra en ellos girones de humanidad pero nada más: son lo que son. Serna arropa con nuevos trajes una sospecha antigua: el hombre está hecho de mala levadura.

 De modo que no es de extrañar que en el villano favorito de la historia mexicana, Antonio López de Santa Anna, Serna haya encontrado tela de dónde cortar y confeccionara una de las novelas que mayor fama le han prodigado, El seductor de la Patria.

Por la misma senda camina Ángeles del abismo. Acaso, de sus novelas, mi favorita; donde recrea las peripecias de un par de pillos en época del virreinato.

En La ternura caníbal una galería de personajes enfrentados a destinos inmisericordes trazan un arco de las variantes del egoísmo. Hay de todo, como en botica: el marido próximo a fallecer  que exige a su mujer, luego de que él muera, se inmole para ser enterrados juntos; el matrimonio de artistas que desprecian  mutuamente sus respectivas obras; el escritor de provincia necesitado de probar su competencia que  recibe el elogio de un eminente poeta y al poco entiende que más vale no cacarear el asunto y asumirlo como una gloria privada; el afeminado que en vez de hincar los colmillos en su presa afecta, inopinadamente, inútil elegancia; la pareja que recurre a la práctica swinger como antídoto contra las ruinas de la rutina.

El primero (Entierro maya) y el último (La incondicional) de los cuentos son mis favoritos e imprimen sardónica redondez al volumen.

Los artistas de rigor, y Serna lo es, no eluden el dictamen del espejo; sabe que la literatura sirve también para enfocar sus zonas de niebla. Enrique Serna cruzó su Rubicón con Fruta Verde, una de las pocas novelas, entre nosotros, sobre la bisexualidad.

El estercolero nuestro de cada día provoca en Serna más recaídas en el humor que en la vana queja. En sus incursiones en la espesura de la modernidad atisba una que otra verdad meritoria de examen; por ejemplo: “-el honor- es otra antigualla obsoleta como la fidelidad y el romanticismo. Maldita modernidad, cuantos sentimientos nobles has convertido en chatarra.”

Sobra decir que recomiendo su lectura.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Leer



Dos amigas se encuentran en la calle. Una de ellas va acompañada de un niño, su hijo. Mientras ellas platican el infante se entretiene deletreando los rótulos.

“-Pero ¿sabe leer?

-Por lo visto –dice la madre del pequeño.”

Aquel niño era Gabirel  Zaid, y el episodio debió ocurrir en alguna banqueta de su Monterrey natal.  Toda una vida dedicada  a la lectura han contestado afirmativamente: sabe leer.  Desde que comenzó a hacerlo no ha parado. Y cuando lo ha hecho ha sido contra su voluntad, en atención a esas distracciones y trabajos necesarios para ganar su sustento:

“Desde que comencé a Leer, la vida (lo que la gente dice que es la vida) empezó a parecerme una serie de interrupciones.  Me costó mucho aceptarlas, y a veces pienso que sigo en las mismas. Que en vez de dejar el vicio, lo llevo a todas partes. Que si, por fin, salí a la realidad (lo que la gente dice que es la realidad) fue porque también me puse a leerla”.

Para  Zaid la lectura es el alimento del que se nutre la conversación cultural y la cultura  aquello que hace del mundo un lugar habitable. A lo largo de los años ha venido escribiendo sobre la lectura en diferentes obras. Ante la dispersión de esos materiales había la necesidad de recogerlos  en un solo volumen.  La buena noticia es que ya contamos con ese libro, se  llama Leer (editado por Océano en 2012) y estuvo  al cuidado de Fernando García Ramírez.

Un acierto de García Ramírez fue incluir no sólo los ensayos que respaldan la idea generalizada de la lectura libresca, sino también aquellos que constatan una fidelidad  de Zaid: la lectura de la vida. La lectura de la realidad. Leer también es observar, descifrar interpretar lo que nos rodea.  Citando a Fernando García Ramírez: “Hay quienes ven pasar personas delante de su ventana como si se tratara de un paisaje y hay quienes, a partir del examen detenido de esas personas, se percatan de que nada en la marcha de esos individuos es gratuito, que todos van o vienen, rápido o lento; que todo  es susceptible de tener sentido, si  lo saben interpretar.”

Algo que valoramos en los ensayos  de Zaid es que sus críticas no se quedan en la queja.  Cuando se topa con un problema, además de examinarlo,   suele acompañar su juicio con una propuesta  a manera de solución.  Abundan los ejemplos: el regreso a la labor artesanal (“No sobran campesinos: sobran agricultores”), el desarrollo de microcréditos,  el reparto de dinero en efectivo a los desfavorecidos evitando el gigantismo burocrático.

En  Leer encontraremos las ideas que Zaid tiene sobre la lectura; el análisis práctico de algunos poemas; su defensa de la cultura libre (por Cultura Libre Zaid entiende el saber ácrata y disperso, ajeno a las Universidades, la Iglesia o cualquier otra institución) como la gran organizadora de la conversación universal; y su ya comentada lectura de la realidad.

El conocimiento de Gabriel Zaid es un saber eminentemente práctico. No tiene nada en común con la holgazanería bohemia.  “¿Hay razón –se pregunta-  en suponer que los poetas pierden la inspiración si practican seriamente algún deporte, llegan puntualmente a sus citas o saben administrar un presupuesto?” Contar, entre nosotros, con alguien como él es una rareza, un lujo.

lunes, 12 de agosto de 2013

Y en los trenes viajará el Espíritu


Es muy probable que Integra se perfile como uno de los momentos estelares de las letras hispanoamericanas. Con ese título se agrupa, bajo el cuidado editorial de Fabianne Bradu, la obra poética completa de Gonzalo Rojas.

En la presentación de ese volumen en Santiago de Chile, el también poeta Raúl Zurita pronunció un discurso (Letras Libres, en su número 176, lo reproduce) en donde además de lo obvio, destacar la grandeza de Rojas, divaga sobre los posibles nombres que pudo tener el libro.

Por principio, debo decir que el nombre me parece acertado. Integra nos remite a la idea de totalidad, inherente a las obras completas y, además, al modo de obrar honrado, recto.

Zurita concuerda con esa idea general y participa un  título que a su juicio pudo quedar bien: “Las resurrectas estrellas” (por aquello de que aunque extintas su luz nos sigue llegando).

 Blanca Varela tenía el deseo de titular su primer poemario Puerto Supe. A su amigo Octavio Paz ese nombre  le parecía inadecuado. Tratando de ganar su simpatía, Blanca le comentó: “Pero, Octavio, ese puerto existe”. Paz, intuyó, enseguida, que había dado con el título; así, finalmente, el libro terminó llamándose Ese puerto existe.

¿Qué se esconde detrás de un título? Acaso  la voluntad  de abarcar en pocas palabras, sino es que letras, la intención final del autor. Nombrar es inherente al hombre, lo viene haciendo desde el primer Adán; a veces con fortuna, otras no tanto.

Un par de lectores bienintencionados me han dicho que el título de mi columna les parece arcaico. Tienen razón, esa palabra ya no circula. Al vocablo Palimpsesto el diccionario  concede la siguiente entrada: “Tablilla antigua en que se podía borrar lo escrito para volver a escribir”. Escribir sobre lo escrito: esa es la idea.

Retomando a Zurita: no deja de molestarle un, a su juicio,  mal título de Rojas. Gonzalo se empeñó en titular Esquizotexto un poema escrito luego de escuchar hablar a una interna de una clínica psiquiátrica. Para Zurita ese  guiño inicial conduciría al lector a una conclusión facilona “claro, así hablan los locos”; por eso apuntó: “Amo ese breve poema y todavía me duele ese título”. ¿Le asiste la razón? Reproduzco el poema para que sea el lector quien juzgue. Tómenlo como un regalo, como una estrella resurrecta.

 

“Tengo 23, soy

modista, soltera, cómico todo

y tan raro, hablo

contigo, camita: de una vez dímela, por

qué no me la dices la Gran

Verdad, la gran

revolución: que vamos a ser piedras, plantas

clarividentes, todo porque los árboles

serán barcos y en los trenes viajará el Espíritu y

del cuerpo se hará miel,

                                          la

enfermera es la nube.”           

domingo, 21 de julio de 2013

Vuelta: conversación y lectura



Esta semana, desde su columna para El Universal, Guillermo Sheridan nos recordó que hace quince años se publicó el último número de la revista Vuelta, fundada y dirigida por Octavio Paz.


Para algunos Vuelta fue nuestra escuela. Ahora sabemos que a diferencia de las universidades que administran el saber y el subir, otras instituciones (clubes de lecturas, revistas y tertulias literarias) resultan más eficaces en la formación de lectores (el fenómenos no es nuevo, Gabriel Zaid, cuya firma, junto con la de Paz, fueron las que más colaboraciones aportaron a la revista, nos recuerda que Erasmo, Descartes y Spinoza “rechazaron dar cátedra universitaria. No querían ser profesores, sino contertulios y autores. Frente al saber jerárquico, autorizado y certificado que se imparte en las universidades, prefirieron la conversación y la lectura.”)

Con la lectura mejoramos la conversación y así nutrimos la cultura. La cultura nos hace mejores hombre, por ella y con ella vislumbramos lo más valioso que hay en nosotros; el sentido último de la cultura, sentencia Zaid, es “la revelación, el asombro, las ganas o la furia de vivir, el amor al arte, la pasión de entender, la inspiración creadora, la plenitud personal y colectiva.”

La conversación está en el centro de la cultura y el camino para llegar a ella es la lectura. Camino de doble sentido: la lectura, a su vez, genera conversación. De la lectura individual pasamos a conversar con los demás. De manera que toda conversación tiene un principio inclaudicable: la aceptación del otro. Paz lo dijo mejor:

soy otro cuando soy, los actos míos

son más míos si son también de todos,

para que pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia



La conversación tuvo un origen eminentemente oral; con la invención de la escritura su universo se ensancho. La conversación oral (antes de que la técnica permitiera la grabación de la voz para su posterior reproducción) tenía limitaciones de tiempo y espacio: platico contigo aquí y ahora. Con la escritura se vinieron abajo esas fronteras.

La invención de la imprenta expandió los horizontes de la conversación escrita. Gracias a ese prodigio podemos asistir a lo que Gabriel Zaid ha dado en llamar la tertulia invisible, donde los contertulios se reúnen sin necesidad de un lugar y momento de reunión, así el diálogo es posible entre personas dispersas en el tiempo y el espacio. Quevedo, al leer, platicaba con los difuntos.

Vuelta fue una animadora de esas tertulias que tanto vigor dan a la vida cultural. En materia política, Vuelta fue la tribuna desde donde se defendieron ideales liberales y se combatieron los totalitarismos y las dictaduras. Por lo que toca a la literatura, fue el hilo de Adriadna en el laberinto de los demasiados libros: señaló un rumbo. Resumiendo, Vuelta defendió una moral y un gusto literario.

En el año en que Vuelta salió a la luz (1976), el nivel cultural en nuestro país, incluso en el medio editorial, no era el mejor. Como lo ilustra la siguiente anécdota referida por Zaid:

“Cuando se organizó un coctel en la Galería Ponce para presentar el proyecto de la revista Vuelta y buscar patrocinios, llegaron periodistas y fotógrafos; y uno de ellos, que veía atentamente los cuadros, o más bien las firmas, sin encontrar lo que buscaba, preguntó por fin: ¿Cuáles son los cuadros de Octavio Paz?”

Aún no somos una sociedad notablemente culta, pero si algo hemos avanzado es gracias al esfuerzo de empeños culturales como el animado por Paz. Vuelta, decía, nos cultivó y con ello contribuyó a elevar, entre nosotros, el nivel de la conversación. Despedimos la aldea y nos abrimos al exterior; si algo enseña la elegante pedagogía de Paz es que el ombligo no es tan interesante, debemos esforzarnos en ser pares del mundo.

La lectura, también hay que decirlo, propicia la hermandad entre los hombres; de modo que en lo que escribo y usted me deletrea el pacto se ha sellado.

Seguiremos conversando.

domingo, 7 de julio de 2013

El rastro de tu sangre en la nieve



En un primer acercamiento, el cuento El rastro de tu sangre en la nieve puede parecer atípico dentro del universo de Gabriel García Márquez; la trama se desarrolla, mayormente, en la fría Europa y no bajo los soles de Colombia.


Los protagonistas (Nena Daconte y Billy Sánchez de Ávila) se conocían desde pequeños pero el destino los junta de nuevo cuando arañaban los veinte. Para ese entonces Billy comandaba una pandilla a la manera de algunos memorables protagonistas de las novelas tempranas de Mario Vargas Llosa (pienso, sobre todo, en La ciudad y los perros y Los cachorros).

Entre aquellos ritos de paso donde un hombre se prueba como varón ante sus iguales hay todo tipo de anécdotas, la mayoría deleznables; trazan un arco que va del bullyng a la zoofilia. La gamberrada de Billy y sus secuaces consistía en tomar por asalto los vestidores de mujeres de los balnearios de las playas de Marbella (Cartagena) y desnudarse ante las chicas. En una de esas ocasiones Billy se reencuentra con Nena; para relatar ese episodio cedamos la palabra a García Márquez:

“Nena Daconte permaneció de pie, inmóvil, sin hacer nada por ocultar su desnudez intensa. Billy Sánchez cumplió entonces con su rito pueril: se bajó el calzoncito de leopardo y le mostró su respetable animal erguido. Ella lo miró de frente y sin asombro.

-Los he visto más grandes y más firmes –dijo, dominando el terror-. De modo que piensa bien lo que vas a hacer, porque conmigo te tienes que comportar mejor que un negro.”

Gabriel García Márquez es un maestro en el uso del diálogo. Cuando pone a hablar a sus personajes lo que sale de sus bocas es para enmarcar. Sin embargo, recuerdo pocos desafíos verbales tan crudos y efectivos como el anterior donde la presa sin más arma que sus palabras intimida, y a la postre domeña, al predador.

Limada esa aspereza: Nena y Billy se enamoran, contraen nupcias y emprenden un invernal viaje lunamielero a Francia con escala en España; allí son recibidos por cercanos a su parentela. Entre los obsequios de bienvenida Nena recibe un ramo de fragantes rosas. Al cogerlas (una rosa es una rosa) se pincha un dedo con una espina de tallo. De aquella pequeñísima herida no dejará de manar la sangre e irá, en el trayecto de Madrid a París, dejando un rastro de sangre en la nieve y acaso en la literatura.

El rastro de tu sangre en la nieve es el cuento en torno al cual sesionaremos en el Círculo de Lectores (sábado 13 de julio, 3 de la tarde, Estación Palabra), fue escrito en 1976, publicado enseguida en un suplemento literario y finalmente, hacia 1992, incorporado a un libro; es uno de los Doce cuentos peregrinos.

Gabriel García Márquez es un novelista formidable (pienso no solamente en sus Cien años de soledad, sino también en obras como El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada); pero como cuentista también dejo un puñado que librará pelea a los embates del tiempo, como la historia que nos ocupa. Trabajar con el cuento y la novela produjo un aprendizaje; con generosidad, García Márquez dejó constancia escrita:

“…el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de un personaje…El cuento, en cambio, no tiene principio ni fin: fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia propia y la ajena enseñan que en la mayoría de las veces es más saludable empezarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo a la basura. Alguien que no recuerdo lo dijo bien con una frase de consolación: “Un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica”.

De manera que no se trata sólo de escribir: hay que abandonar y retomar, pulir, precisar, corregir y desechar. Todo eso demanda tiempo, no por nada don Alfonso Reyes aconsejaba a los aspirantes a escritores que se blindaran el trasero.

domingo, 30 de junio de 2013

Hora cumplida


Promediaba 1985 y desde las páginas de su revista, Vuelta, Octavio Paz publicó un ensayo titulado Hora cumplida (a manera de adelanto de lo que sería el libro Pasión Crítica) donde diagnosticaba la situación  del PRI en ese entonces. Ese partido, aunque con otras siglas,  había  nacido en 1929,  ideado por el general Plutarco Elías Calles como la solución para pacificar a la nación (la  cual zozobraba entre asonadas, levantamientos de unos contra otros, ajusticiamientos). La fórmula de Calles consistía en la creación de un nuevo orden según el cual el poder pasaría de los caudillos a las instituciones.
En  el año de publicación de ese artículo, el tricolor era, en palabras del poeta: “un partido que durante medio siglo ha monopolizado el poder no por la violencia ni la dictadura militar o policiaca sino a través de un sistema hecho de calculados equilibrios, pesos y contrapesos”. Abundando sobre esos “pesos y contrapesos” Paz apuntaría: “La base del sistema mexicano (priista) es el control de las organizaciones obreras, campesinas y populares”. Ahora, se suman nuevas astucias en ese afán de perpetuarse en el poder, una de ellas es el uso de los programas sociales para condicionar el voto a su favor. (El caso más sonado y reciente, representativo de esta indignidad,  ocurrió en  Veracruz.)
En 1985 el presidente en turno, Miguel de la Madrid, se esforzaba en corregir la desastrosa herencia económica de su predecesor, José López Portillo, nacionalizador de la banca. Por cierto, Octavio Paz veía esta  medida, repuesta al derrumbe financiero, como una de las cimas desde donde avistar los alcances del autoritarismo; el error seguido por el exabrupto.  Todavía resulta pertinente recordar las  palabras del Nobel sobre  la   estatización de la banca: “No critico el acierto o el desacierto de la disposición gubernamental. Se puede discutir interminablemente sobre la medida, si fue necesaria o inútil, benéfica o nociva; lo que me parece vituperable es la forma en que se llevó a cabo. No hubo ninguna discusión pública y el cambio se impuso a la población por sorpresa. Fue una orden –y punto”.
Para explicarse la larga hegemonía del PRI Paz  recurre a la historia;  esta  avalaba su idea de que adolecíamos de una tradición democrática: “México no ha conocido nunca un régimen de partidos que de una manera pacífica se alternen en el gobierno”. Para fortuna nuestra las cosas ya no son así pero en aquel tiempo no era descabellado  perderse en el laberinto de la  sucesión histórica del autoritarismo: habíamos  brincado del tlatoani, al virrey, al caudillo, al PRI. Con la llegada de la democracia pusimos, aunque no del todo ni en todas partes, fin a ese sino.
La evaluación realizada por Paz fue moderada pero categórica. Moderada porque no ejerció de inquisidor, reconocía las bondades del PRI, había permitido la movilidad social y nos había ahorrado el terror de las dictaduras y de los regímenes militares. Pero era contundente en cuanto a su consideración de que el priismo tenía sus horas contadas; el PRI había sido instrumento del cambio social a costa de erigirse en obstáculo del cambio político.  En esto, pensaba Paz: “la responsabilidad del sistema es innegable: ha buscado el consenso y ha sido hostil a la expresión de las diferencias”. La brutal respuesta del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz al movimiento del 68 ilustra este punto.  Resultaba claro que si el PRI continuaba monopolizando el poder y cerraba las puertas a la pluralidad expondría al país a gravísimos riesgos: “Las soluciones autoritarias gastan a la autoridad, exasperan a los pueblos”.
De manera que democracia o estancamiento, tal era la disyuntiva en esa hora. El estancamiento, sostuvo Paz, “no sólo es inmovilidad sino acumulación de problemas, conflictos y agravios, es decir a la larga, convulsiones y estallidos.” 
Para combatir el autoritarismo, la corrupción e impunidad asociada a la interminable era del PRI  y prevenir disturbios sociales que a la larga sobrevendrían, Paz apostaba al cambio del partido en el gobierno por la vía democrática.  
El año de publicación de ese artículo nuestro país aún no conocía la prueba de fuego de toda democracia: la alternancia en el poder. Esta llegó, a nivel estatal, hasta 1989 con el triunfo de Ernesto Ruffo Appel  en Baja California Norte; y  a nivel federal en el 2000 con la victoria de Vicente Fox. Ambos fueron postulados por el Partido Acción Nacional.
No deja de ser curioso que sea ese mismo partido el que este año tenga por candidato a la presidencia de Nuevo Laredo a Carlos Canturosas, con fuertes probabilidades de poner fin a más de tres  décadas de dominio priista en la localidad. El próximo 7 de julio, día de las elecciones,  el mensaje de los neolaredenses a los priistas puede ser el siguiente: señores,  es momento de retirarse, su hora se ha cumplido.

sábado, 29 de junio de 2013

El secreto y la clave


En su libro Mala índole, Javier Marías selecciona de su obra personal aquellos cuentos que le parecen aceptados y aceptables. Los que allí no figuren tendrán por mejor destino la sombra, el anonimato.
Al leer uno de esos trabajos afortunados, Lo que dijo el mayordomo, caí en una especie de   paramnesia. Pero no con respecto a otro trabajo del mismo autor ni en sintonía con una trama parecida leída en otro lado.
El narrador de la historia comparte azarosamente con un mayordomo el espacio  de un estrecho ascensor, por el tiempo que se reponga el suministro eléctrico que lo ponga en función de nueva cuenta.
Resulta sospecho que un personaje de suyo recóndito,  como suelen ser los mayordomos (pienso, por ejemplo, en el protagonista de Lo que resta del día de Kazuo Ishiguro) abandone su reticencia habitual y se torne lenguaraz y, para decirlo en corto, lo cuente todo, o casi. Pero en fin, Si no es de esa manera  de qué otro modo nos enteraríamos de lo que relató el mayordomo. Pero no es de esa indiscreción  de lo que quiero hablar.
Lo dicho puede ser, y es, interesante y por ello los invito a que acudan a ese cuento. Pero lo que inspira estas líneas es una reflexión que Javier Marías deja caer inquietantemente en su narración: “los libros que no leemos están llenos de advertencias; nunca las conoceremos, o llegarán demasiado tarde.”
¿Le resulta familiar ese enunciado? ¿Todavía descansan, inaugurados,  en su biblioteca los tomos de En busca del tiempo perdido de Proust? O, Para no ir más lejos, es posible que no haya usted aún encontrado el tiempo que reclama la lectura de los tres tomos de Tu rostro mañana, del propio Marías.
Resulta sino dramático por lo menos acongojante intuir que en esas lecturas postergadas nos esperaba alguna epifanía. Y, consecuencia del aplazamiento,  no sabremos jamás la importancia tremenda que esa revelación tendría en nosotros. Aquellas palabras ignoradas ¿cambiarían nuestro destino o modificarían  cierta conducta?
Al principio adelanté que la frase de Javier Marías operó, en mi memoria lectora, cierto déjà vu.  Para decirlo de otro modo, al leer esa reflexión no conocí su significado: lo reconocí. De algún modo aquellas palabras me acompañaban desde  otro lugar, desde otro libro.
Aquella cavilación  me remitió a un poema de José Emilio Pacheco donde el poeta nos cuenta de un libro: “Lo compré hace muchos años. Pospuse la lectura para un momento que no llegó jamás. Moriré sin haberlo leído. Y en sus páginas estaban el secreto y la clave.”

lunes, 17 de junio de 2013

El cambio y el voto


Reducida a su mínima expresión, intuyó Octavio Paz, la democracia cabe en dos monosílabos: Sí o No. La elección como valor supremo: se acepta esto y se rechaza aquello.
El próximo domingo 7 de julio los neolaredenses votaremos para renovar presidente municipal y diputados estatales. Una encuesta elaborada por Sei Investigación de Mercados, publicada en El Mañana el pasado 5 de junio, arroja los siguientes resultados en las intenciones del voto para presidente municipal: Carlos Canturosas (PAN), 35%; Carlos Montiel (PRI), 24%; Everardo Quiroz (PRD), 1%; Indecisos, 40%.
Así las cosas, entre las múltiples opciones, para efectos prácticos, destacan dos: los abanderados del partido que ha gobernado, consecutivamente,  Nuevo  Laredo por casi 40 años, el PRI; y los  candidatos del Partido Acción Nacional.  Dicho de otro modo el ciudadano habrá de optar entre la continuidad y el cambio.
Como nunca antes,  la afortunada combinación del carisma de un candidato ciudadano, Carlos Canturosas,  desde la plataforma de un partido curtido en batallas electorales,  Acción Nacional, promete poner fin al dominio priista en la localidad.
Los albiazules lucen optimistas; el entusiasmo se advierte por doquier: en las redes sociales, en bardas de la ciudad, en charlas de sobremesa; un enunciado lo concita: “Súmate al cambio”. Pero son prudentes, saben que todas esas muestras de simpatías  son insuficientes: la decisión se dará el día de las elecciones y será el resultado de la suma del voto ciudadano.
Advierto dos enemigos a vencer: el abstencionismo y el miedo. Sobre el primero de ellos hay que insistir que en pocas ocasiones, como en las elecciones, nuestro civismo se pone a prueba. Porque lo que de ella resulte no será poca cosa: las personas (autoridad y legisladores) que habrán de labrar el futuro de la comunidad.
El destino de la ciudad debe importarnos del mismo modo que nos preocupa el futuro bienestar de nuestras familias. Enrique Tierno Galván, distinguido político español,  hizo notar que “todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y la ciudad, que es el hogar público”. Los ciudadanos tenemos un arma para tomar las riendas de la ciudad: nuestro voto. Dicho de otro modo, con el voto ponemos un hasta aquí al mal gobierno.
La pregunta  que debemos hacernos es muy sencilla: ¿En todo este tiempo en el poder (vale repetirlo: casi cuatro décadas), los gobiernos priistas  han dado a los neolaredenses la seguridad,  los empleos, las oportunidades de desarrollo, la  calidad en los servicios públicos que demandan y merecen? Si la respuesta a esa interrogante es No, queda claro que lo que conviene es el cambio.
Y aquí es donde habrá que salvar el siguiente obstáculo: el miedo. Va desde  el recelo a perder el empleo a temer que sobrevenga el caos porque los nuevos no tengan la experiencia o la capacidad de los  de siempre. Todas las argucias en contra del cambio son patrañas. Ciudades vecinas, de la importancia de la nuestra: Reynosa, Matamoros, Victoria, Tampico (conste que sólo cito urbes tamaulipecas; pero el fenómeno se repite a nivel federal), han experimentado la alternancia en el poder y el mundo no se ha acabado.
Octavio Paz lo tuvo claro: "Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo... del miedo al cambio."

De manera que si queremos el cambio, el próximo 7 de julio habremos de exigirlo a través de nuestro voto. En democracia, el cambio es posible a condición que se le demande por la vía del voto. Cambio y voto: no se dan el uno sin el otro. Voto y cambio van de la mano, el primero es la llave que abre las puertas del segundo.

Finalmente, no conviene echar en saco roto la siguiente reflexión de Sthepen Covey: "Si seguimos haciendo lo que venimos haciendo seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo."

jueves, 28 de febrero de 2013

La nación es todavía



El libro Personas, de Carlos Fuentes, reúne un conjunto de semblanzas; entre ellas destaca la de Alfonso Reyes, su mentor.

Al evocarlo, Fuentes recuerda que Reyes era atacado porque su obra, para algunos tontos, eludía lo vernáculo (como si el regiomontano no hubiese escrito Visión de Anáhuac y múltiples ensayos críticos sobre autores mexicanos). Reyes, reflexionando el punto, escribió:


Nadie ha prohibido a mis paisanos –y no consentiré que a mí nadie me lo prohíba- el interés por cuantas cosas interesan a la humanidad…Nada puede sernos ajeno sino lo que ignoramos. La única manera de ser nacional consiste en ser generosamente universal, pues nunca la parte se entendió sin el todo… La nación es todavía un hecho patético, y por eso nos debemos todos a ella.


No podemos menos que consentir. Las palabras de Reyes, además  de rotundas,  vigentes.