El mayordomo es patrimonio inglés, los demás países deben conformarse con servidumbre. Los restos del día, de Kazuo Ishiguro, cuenta la historia de uno de ellos.
En 1956, Stevens, mayordomo por años en Darlington Hall, emprende un viaje por la campiña inglesa hasta Cornualles para reencontrase con miss Kenton; antigua ama de llave bajo sus órdenes a quien pretende reclutar para el servicio de su nuevo patrón, un norteamericano acaudalado. Sin embargo, el eje de los recuerdos de Stevens es su antiguo patrón, Lord Darlington, a quien prodigó lealtad sin límites incluso luego del desdoro de su fama pública por sus simpatías con la Alemania Nazi.
Esta novela me parece perfecta. Abunda en reflexiones y en narraciones sorprendentes, como la siguiente:
Al parecer, era una historia verídica sobre un mayordomo que había viajado con su señor a la India, donde le sirvió durante muchos años manteniendo entre el personal nativo el mismo nivel de perfección que había sabido imponer en Inglaterra. Una tarde, como era habitual, nuestro hombre entró en el comedor para asegurarse de que todo estaba listo para la cena, y descubrió que debajo de la mesa había un tigre moribundo. El mayordomo abandonó en silencio el comedor, se aseguró de cerrar bien la puerta y se dirigió sin prisas al salón en el que su señor tomaba el té con algunos invitados. Tosiendo educadamente, llamó la atención de su patrón y, acto seguido, acercándosele al oído susurró:
-Discúlpeme, señor, pero creo que hay un tigre en el comedor. ¿Me permite que utilice el rifle?
Y según dicen, unos minutos después, el patrón y sus invitados oyeron tres disparos; cuando algo más tarde el mayordomo volvió a aparecer en el salón para rellenar las teteras, el dueño de la casa le preguntó si todo estaba en orden.
-Perfectamente, señor. Gracias –fue la respuesta-. La cena será servida a la hora habitual, y me complace decirle que no quedará huella alguna de lo ocurrido.
Más adelante, cuando Stevens reflexiona sobre la importancia de la lealtad, asunto asaz revelante en su oficio, nos topamos con:
… yo sería el último en abogar por que un mayordomo jurase lealtad ciega al primer caballero o a la primera dama que les diese trabajo. No obstante, si un mayordomo espera ser alguien, llega un día en que debe cejar en su búsqueda, un día en que debe decirse: “Este patrón encarna todo lo que considero noble y admirable. A partir de ahora, me dedicaré a servirle.” Así se jura lealtad de un modo inteligente.
A la luz de nuestros días, en los que resulta indiferente el comportamiento de una chacha al de, por decir algo, una diputada, intentar comprender la dignidad y el ánimo impertérrito de aquellos mayordomos ingleses constituye un empeño baldío.
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Para Raúl Robledo: caro amigo, las líneas anteriores son para ti, por el cariño que le tienes a esa historia. Y algo más, la frase es de Lincoln: “A partir de los 40 el hombre es responsable de su rostro”.
1 comentario:
Que buenas citas. Una lealtad genuina definitivamente es algo muy atesorable en nuestros tiempos.
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