jueves, 23 de septiembre de 2010

Carlos Boyero, responde



Constantemente me pregunto por qué no tenemos entre nosotros un crítico de cine como don Carlos Boyero (colabora habitualmente para el diario español El País). Su pluma es de una honestidad brutal desconocida por las o bien cortesanas o bien quejosas de nuestro país (como en todo, hay excepciones). Además de la sinceridad se le agradece la inteligencia y el humor.

Fue famosa la escaramuza que protagonizó, en su año, con Pedro Almodóvar al calificar de gilipollez a Los abrazos rotos. Quedó claro que a don Carlos no lo arredran las instituciones.

Suscribo muchas de sus afirmaciones; por ejemplo, sostengo junto con él que mucho de lo mejor por ver no está ya en el cine sino en la televisión. Nunca agradeceremos lo suficiente a HBO dos monumentales banquetes: Los Sopranos y The Wire. (Cuando en una navidad futura me obsequien de regalo esas series completas, llenaré los mares con mi llanto.)

Boyero ha rebasado el status de crítico de cine: es todo un personaje. Sus ocasionales charlas cibernéticas con los lectores de su periódico son una delicia, para muestra:

¿Qué tal por San Sebastián? ¿Mejor o peor que en Venecia? (A propósito de los festivales de cine de los que esas ciudades son sede)

Es imposible hacerlo peor que Venecia, pero lo que veo aquí tampoco invita a lanzar cohetes. Dentro de la Sección Oficial, que es la que me toca ver por obligación, solo me ha interesado "El gran Vázquez" y "Pan negro". A cambio de eso, estoy tragándome cosas ante las que no me quedan adjetivos despreciativos e insultos para intentar definirlas. Fuera de ella, he visto un documental extraordinario sobre el alzhéimer que sufre Pasqual Maragall. Además, me han cambiado de hotel después de 25 años, llevo varios días con el estómago hecho una mierda. ¿Tengo que añadir algo más sobre mi estado de ánimo en este Festival de San Sebastián?
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Usted pone a parir a mucho director de festival. ¿No teme que le nieguen la credencial en alguno de ellos?

Me harían un favor excesivamente grande. Le juro que mi interés hacia ellos es nulo. Tampoco soy masoquista. El mayor placer de los festivales era cenar con los amigos. De aquel grupo, solo quedamos Oti Rodríguez Marchante y yo. Y sientes añoranza de los viejos tiempos. En algunos festivales, como el de Venecia, los horarios de programación no te permiten ni comer ni cenar. Estoy demasiado viejo para estas torturas.
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Cuéntenos algo de Julia Roberts. ¿Es tan guapa como parece? ¿Tiene magnetismo?

Es muy fea, no tiene ningún magnetismo, pasaría inadvertida en cualquier sitio. ¿Qué quiere que le conteste? Hay cosas demasiado obvias. ¿A usted le parece un cazo esta señora? Su última película es una gilipollez importante. Teniendo en cuenta que una estrella de su clase puede elegir los guiones y los directores que le de la gana, me parece lamentable que haga tanto cine infame. ¿Qué ocurrirá con ella cuando se le acabe esa impresionante belleza? No me preocupa demasiado. Imagino que ni sus biznietos ni sus tataranietos pasarán hambre
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¿Te leíste "La hoguera de las vanidades", de Tom Wolfe? A mí me marcó bastante, y no te he escuchado hablar sobre él. Un abrazo

Es una novela excelente. También "Todo un hombre", que fue la segunda que escribió. La tercera baja un poco. Pero aún prefiero los reportajes de Tom Wolfe, incluído esa maravilla titulada "Lo que hay que tener". Su escritura me produce tanta admiración como asco su jeta y sus opiniones sobre las personas y las cosas
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Carlos, ¡tu vives de esto o tienes algún negocio?

Tengo inmobiliarias, bancos, prostíbulos, cosas así. Trabajo en esto exclusivamente por placer, porque no puedo vivir sin ustedes.
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Encontré ayer en mi coche el siguiente mensaje: "Hola, mi nombre es Paco. Accidentalmente he golpeado tu coche y alguien me ha visto. Así que finjo apuntar mis datos y dejártelos en el parabrisas. Lo siento". ¿Algún consejo, estimado Carlos? ¿Tú qué harías?

Dedicaría parte de mi existencia a encontrar al cínico Paco y ver cuánta cantidad de dolor puede aguantar un ser humano. Intentaría, por supuesto, que no se enterara nadie de quién había sido el castrador de Paco. Pero si me enchironaran un tiempo, también habría valido la pena

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