El 16 de septiembre de 1847 ondeó en Palacio Nacional, no el lábaro patrio sino la bandera de las barras y las estrellas; consecuencia de la invasión norteamericana.
Un año más tarde, apoyándose en Dante, Nessun maggior dolore/ che ricordasi del tempo felice/ ne la miseria, José María Iglesias, a la postre uno de los hombres de la Reforma, se lamentaba:
¿Qué responderíamos satisfactoriamente a los héroes de la independencia si volvieran a la vida por un momento para llamarnos a juicio? Ellos nos dejaron un territorio vastísimo, y nosotros le hemos cercenado la mitad: ellos nos dejaron abiertas las fuentes de riqueza inagotables, y nosotros arrastramos ya una existencia envilecida (…) sólo veo faltas y desgracias en lo pasado, faltas y desgracias en lo presente, faltas y desgracias en el porvenir…
A la manera de los mejores críticos, Iglesias no sólo describe el túnel; imagina la salida:
Regeneración, mexicanos, regeneración completa y absoluta en vuestras costumbres… Estamos ya en la orilla del abismo: un paso más y nos precipitaremos en la sima horrorosa de nuestra destrucción.
En esta hora, ¿cuál la resonancia de esas palabras? ¿cuál la vigencia de ese discurso?
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