Finales anticlimáticos, personajes en tránsito, el ayer como sombra despeñada en el ahora, y sobre todo música y crepúsculo, son algunas de las características en común de las cinco historias recogidas en Nocturnos, el nuevo libro de Kazuo Ishiguro.
En el relato que comparte el título con la obra, el penúltimo, un saxofonista coincide con Lindy Garner, una estrella de variedades (personaje del que ya algo se nos ha dicho en la primera de las historias del libro) en la clínica de un cirujano plástico (en realidad, en el hotel donde se recuperan de la intervención quirúrgica); aún conservan las vendas de la operación y para matar el tedio conversan y protagonizan un episodio divertido.
Cuando son dados de alta, sus vidas ya no se cruzarán; les espera la vuelta a sus asignaturas pendientes. Cada loro a su estaca, como dicen en Colombia. El músico, por ejemplo, alimenta dudas sobre si la relación con su compañera aguanta un segundo aire o ya tocó fin. Habla con ella. No advierte mayor entusiasmo. Razona:
Cuando ya se despedía le dije “Te quiero”, como suele decirse aprisa y por rutina al final de una conversación con la pareja. Se produjo un silencio de varios segundos y entonces ella dijo lo mismo, de la misma forma rutinaria. Entonces colgó. Dios sabe lo que aquello representó para mí. Sospecho que ya no queda nada por hacer, salvo esperar a que me quiten las vendas ¿Y entonces qué? Puede que Lindy tenga razón. Puede que, como dice ella, necesite poner cierta distancia y, desde luego, la vida no se reduce a amar a una persona.
A la hora de urdir tramas, sin atisbo de duda, Ishiguro es un maestro. Leerle resulta tonificante.
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