miércoles, 8 de septiembre de 2010

Una de vaqueros



Ante las incesantes fruslerías del verano, soy de los que prefieren pertrecharse en casa y sintonizar canales que exhiben las así llamadas películas clásicas. Por ejemplo, tengo para mí que el cine de Billy Wilder es superior al de cualquiera de esta hora.

A quien se quiera ahorrar, por decir algo, la última masturbación mental de Robert Rodríguez, lo invito a que pruebe con una de vaqueros.

Lo siguiente se lo leí a Catón:

En 1853 había en las planicies de América del Norte 60 millones de búfalos. Después de 30 años quedaban sólo 3 mil. El hombre blanco hizo una bárbara matanza de esos hermosos animales. Los masacró para ganar dinero, sí -2 dólares por cada piel; 50 centavos cada lengua-, pero sobre todo como política oficial para aniquilar el principal medio de subsistencia del piel roja, y de ese modo acabar también con él. Ahora, sin embargo, el bisonte americano es objeto de cuidados para evitar su desaparición, y la cultura de los pueblos nativos se estudia con respeto. ¿Dónde aprendí eso? En una película del Oeste, claro. Siempre he creído que en la lectura y en el cine se aprende más que en las escuelas. La película que digo es inquietante. Se llama "The Last Hunt", de Richard Brooks, y en ella aparece Robert Taylor en un papel insólito, de villano, con Debra Paget y el inglés Stewart Granger, cuyo nombre real, dicho sea entre paréntesis, era James Stewart. Soy gran aficionado a las películas llamadas de vaqueros. En ocasiones me desvelo viendo uno de esos viejos filmes en la televisión. Para justificar tan inofensivo gusto no necesito recurrir a Borges, quien consideraba que los westerns son la única forma de literatura épica que sobrevive aún. Épicos son, en efecto, aquellos prodigios del cine que se llaman "Duel in the Sun", de King Vidor; "Red River", de Howard Hawks; "Winchester '73", de Anthony Mann; "High Noon" ("La hora señalada"), de Fred Zinnemann; "3.10 to Yuma", de Delmer Daves; "Shane", de George Stevens, hasta llegar a "Dance with Wolves", de Kevin Costner, para no mencionar la obra seminal del género, "Stagecoach" ("La Diligencia"), de John Ford. Rituales, igual que el teatro kabuki, esas películas están sujetas a un canon. No se someten a la realidad: la imagen que proyectan de la vida en el oeste americano está muy lejos de ser verdadera. En otros años, cuando queríamos significar que algo era mentira, decíamos: "Mejor cuéntame una de vaqueros". Pero las películas de vaqueros, tanto las más elementales como las más complejas, se basan siempre en un hondo ideal humano: el triunfo del bien sobre el mal. En estos sombríos tiempos que vivimos, cuando la oscuridad parece dominar sobre la luz, ver una buena película del oeste es una humilde forma -candorosa quizá, pero efectiva- de mantener aunque sea un resplandor pequeño de esperanza. Si por el miedo que nos invade renunciamos a la fe, con ella lo perderemos todo. Sitiados como estamos por la inseguridad, no olvidemos que, pese a todas las evidencias en contrario, el mal nunca prevalece sobre el bien. Aunque parezca ingenuidad decirlo, al final siempre acaban por triunfar los buenos. ¿Dónde aprendí eso? No en la Historia, que en el fondo es tan mentirosa, sino en las películas de vaqueros, que en el fondo son tan verdaderas...
A la lista de Catón añadiría Los imperdonables, de Clint Eastwood, no sólo una destacada pieza del western sino una de las mejores películas en la historia del cine.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

OTRO WESTERN QUE A MI ME ENCANTA ES " ERA UN VEZ EN EL OESTE " DE SERGIO LEONE Y MUSICA DE E. MARREICONE .....TODO UN WESTWRN ITALIANO...
PACO VALDEZ

Martha Martínez González dijo...

Si alguno vio "El gran silencio" de Sergio Corbucci, que lleva como villano estelar a Klaus Kinski (sí, el padre de Natasha Kinski), estará de acuerdo conmigo en que es un buen antecedente de "Unforgiven"; por aquello deque no siempre el bueno es bello también y gana sin despeinarse.
Uno de mis spaghetti westerns preferidos.