domingo, 30 de junio de 2013

Hora cumplida


Promediaba 1985 y desde las páginas de su revista, Vuelta, Octavio Paz publicó un ensayo titulado Hora cumplida (a manera de adelanto de lo que sería el libro Pasión Crítica) donde diagnosticaba la situación  del PRI en ese entonces. Ese partido, aunque con otras siglas,  había  nacido en 1929,  ideado por el general Plutarco Elías Calles como la solución para pacificar a la nación (la  cual zozobraba entre asonadas, levantamientos de unos contra otros, ajusticiamientos). La fórmula de Calles consistía en la creación de un nuevo orden según el cual el poder pasaría de los caudillos a las instituciones.
En  el año de publicación de ese artículo, el tricolor era, en palabras del poeta: “un partido que durante medio siglo ha monopolizado el poder no por la violencia ni la dictadura militar o policiaca sino a través de un sistema hecho de calculados equilibrios, pesos y contrapesos”. Abundando sobre esos “pesos y contrapesos” Paz apuntaría: “La base del sistema mexicano (priista) es el control de las organizaciones obreras, campesinas y populares”. Ahora, se suman nuevas astucias en ese afán de perpetuarse en el poder, una de ellas es el uso de los programas sociales para condicionar el voto a su favor. (El caso más sonado y reciente, representativo de esta indignidad,  ocurrió en  Veracruz.)
En 1985 el presidente en turno, Miguel de la Madrid, se esforzaba en corregir la desastrosa herencia económica de su predecesor, José López Portillo, nacionalizador de la banca. Por cierto, Octavio Paz veía esta  medida, repuesta al derrumbe financiero, como una de las cimas desde donde avistar los alcances del autoritarismo; el error seguido por el exabrupto.  Todavía resulta pertinente recordar las  palabras del Nobel sobre  la   estatización de la banca: “No critico el acierto o el desacierto de la disposición gubernamental. Se puede discutir interminablemente sobre la medida, si fue necesaria o inútil, benéfica o nociva; lo que me parece vituperable es la forma en que se llevó a cabo. No hubo ninguna discusión pública y el cambio se impuso a la población por sorpresa. Fue una orden –y punto”.
Para explicarse la larga hegemonía del PRI Paz  recurre a la historia;  esta  avalaba su idea de que adolecíamos de una tradición democrática: “México no ha conocido nunca un régimen de partidos que de una manera pacífica se alternen en el gobierno”. Para fortuna nuestra las cosas ya no son así pero en aquel tiempo no era descabellado  perderse en el laberinto de la  sucesión histórica del autoritarismo: habíamos  brincado del tlatoani, al virrey, al caudillo, al PRI. Con la llegada de la democracia pusimos, aunque no del todo ni en todas partes, fin a ese sino.
La evaluación realizada por Paz fue moderada pero categórica. Moderada porque no ejerció de inquisidor, reconocía las bondades del PRI, había permitido la movilidad social y nos había ahorrado el terror de las dictaduras y de los regímenes militares. Pero era contundente en cuanto a su consideración de que el priismo tenía sus horas contadas; el PRI había sido instrumento del cambio social a costa de erigirse en obstáculo del cambio político.  En esto, pensaba Paz: “la responsabilidad del sistema es innegable: ha buscado el consenso y ha sido hostil a la expresión de las diferencias”. La brutal respuesta del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz al movimiento del 68 ilustra este punto.  Resultaba claro que si el PRI continuaba monopolizando el poder y cerraba las puertas a la pluralidad expondría al país a gravísimos riesgos: “Las soluciones autoritarias gastan a la autoridad, exasperan a los pueblos”.
De manera que democracia o estancamiento, tal era la disyuntiva en esa hora. El estancamiento, sostuvo Paz, “no sólo es inmovilidad sino acumulación de problemas, conflictos y agravios, es decir a la larga, convulsiones y estallidos.” 
Para combatir el autoritarismo, la corrupción e impunidad asociada a la interminable era del PRI  y prevenir disturbios sociales que a la larga sobrevendrían, Paz apostaba al cambio del partido en el gobierno por la vía democrática.  
El año de publicación de ese artículo nuestro país aún no conocía la prueba de fuego de toda democracia: la alternancia en el poder. Esta llegó, a nivel estatal, hasta 1989 con el triunfo de Ernesto Ruffo Appel  en Baja California Norte; y  a nivel federal en el 2000 con la victoria de Vicente Fox. Ambos fueron postulados por el Partido Acción Nacional.
No deja de ser curioso que sea ese mismo partido el que este año tenga por candidato a la presidencia de Nuevo Laredo a Carlos Canturosas, con fuertes probabilidades de poner fin a más de tres  décadas de dominio priista en la localidad. El próximo 7 de julio, día de las elecciones,  el mensaje de los neolaredenses a los priistas puede ser el siguiente: señores,  es momento de retirarse, su hora se ha cumplido.

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