domingo, 13 de octubre de 2013

Peroratas


 
El diccionario define perorata como  discurso largo y aburrido y como un razonamiento molesto e inoportuno. Me gusta imaginar que fue Fernando Vallejo (Medellín, Colombia, 1942) quien sugirió a la editorial Alfaguara usar esa palabra para el conjunto de participaciones dispersas del autor colombiano recogidas en un libro bajo ese título. Dejemos que sea él quien lo presente:

“Alfaguara –nos dice Vallejo- ha reunido aquí treinta y dos textos míos: artículos, discursos, conferencias, ponencias, prólogos y presentaciones de libros y películas. En ellos quedan expresados mis sentimientos más fuertes: mi amor por los animales, mi devoción por algunos escritores, mi desprecio por los políticos y mi odio por las religiones empezando por la católica en la que me bautizaron pero en la que no pienso morir.”

Fernando  Vallejo pasará a la historia como el espléndido autor de novelas que ya es,  destacan La virgen de los sicarios y El desbarrancadero; o como el apasionado biógrafo de un puñado de autores, Barba Jacob el mensajero,  Cuervo Blanco (sobre el filólogo y gramático  Rufino José Cuervo); o como el furibundo ensayista de una larga diatriba contra la iglesia católica: La puta de Babilonia.

A quienes ya conocen la obra de este escritor  es posible que Peroratas aporte poco y agobie por reiterativa. Sin embargo, para quien sepa nada del colombiano es un buen comienzo en el conocimiento de sus amores y animadversiones.

Me puede parecer vana su insistencia en la primera persona narrativa pero no su aguerrido amor por las palabras. Admiro su claridad y contundencia: “Nadie tiene la obligación  de hacer el bien, todos tenemos la obligación de no hacer el mal”, pero no suscribo sus temeridades: “…  no te reproduzcas que la vida es un horror e imponerla el crimen máximo”.

Celebro su humor (negro, mayormente) y su honradez. A diferencia de tanto bribón y tartufo, como los hay, Fernando conecta su cerebro con su lengua y ésta con sus acciones. Ha hecho público su amor por los animales y, consecuente, donó integro los importes de los premios que ganó en reconocimiento a su trabajo, el Rómulo Gallegos y el que otorga la FIL de Guadalajara, a asociaciones protectoras de animales.

Su sinceridad, por momentos puede ofender y en ocasiones movernos a reflexionar. Como cuando distingue el amor del sexo: “Yo lo único que sé del amor es que está ahí, como la luz, como la gravedad, como una infinidad de fenómenos y cosas que me rodean y no entiendo… No sé muy bien qué sea el amor, pero de lo que estoy convencido es de que es algo muy distinto al sexo y a la reproducción, con los que lo confunde mi vecino.”

Por la misma senda, haciendo gala de honestidad brutal: “Lo único verdaderamente importante para el hombre es la alimentación y la cópula. O mejor dicho, la alimentación para la cópula, pues el hombre en esencia no vive para comer sino que come para lo otro.”

Recomiendo la lectura de este libro haciendo previo aviso de que en él encontraremos acendrados odios, escasas simpatías, alguna ocurrencia y no pocas necedades.

Finalmente, Fernando Vallejo, cometió la astucia de, en un breve enunciado, resumir su arte:   “Cada quien es sus palabras”.

No hay comentarios: