El diccionario define perorata como discurso largo y aburrido y como un
razonamiento molesto e inoportuno. Me gusta imaginar que fue Fernando Vallejo
(Medellín, Colombia, 1942) quien sugirió a la editorial Alfaguara usar esa
palabra para el conjunto de participaciones dispersas del autor colombiano
recogidas en un libro bajo ese título. Dejemos que sea él quien lo presente:
“Alfaguara –nos dice Vallejo- ha
reunido aquí treinta y dos textos míos: artículos, discursos, conferencias,
ponencias, prólogos y presentaciones de libros y películas. En ellos quedan
expresados mis sentimientos más fuertes: mi amor por los animales, mi devoción
por algunos escritores, mi desprecio por los políticos y mi odio por las
religiones empezando por la católica en la que me bautizaron pero en la que no
pienso morir.”
Fernando Vallejo pasará a la historia como el
espléndido autor de novelas que ya es, destacan La
virgen de los sicarios y El
desbarrancadero; o como el apasionado biógrafo de un puñado de autores, Barba Jacob el mensajero, Cuervo
Blanco (sobre el filólogo y gramático Rufino José Cuervo); o como el furibundo
ensayista de una larga diatriba contra la iglesia católica: La puta de Babilonia.
A quienes ya conocen la obra de
este escritor es posible que Peroratas aporte poco y agobie por
reiterativa. Sin embargo, para quien sepa nada del colombiano es un buen
comienzo en el conocimiento de sus amores y animadversiones.
Me puede parecer vana su
insistencia en la primera persona narrativa pero no su aguerrido amor por las
palabras. Admiro su claridad y contundencia: “Nadie tiene la obligación de hacer el bien, todos tenemos la obligación
de no hacer el mal”, pero no suscribo sus temeridades: “… no te reproduzcas que la vida es un horror e
imponerla el crimen máximo”.
Celebro su humor (negro, mayormente)
y su honradez. A diferencia de tanto bribón y tartufo, como los hay, Fernando
conecta su cerebro con su lengua y ésta con sus acciones. Ha hecho público su
amor por los animales y, consecuente, donó integro los importes de los premios
que ganó en reconocimiento a su trabajo, el Rómulo Gallegos y el que otorga la
FIL de Guadalajara, a asociaciones protectoras de animales.
Su sinceridad, por momentos puede
ofender y en ocasiones movernos a reflexionar. Como cuando distingue el amor
del sexo: “Yo lo único que sé del amor es que está ahí, como la luz, como la
gravedad, como una infinidad de fenómenos y cosas que me rodean y no entiendo…
No sé muy bien qué sea el amor, pero de lo que estoy convencido es de que es
algo muy distinto al sexo y a la reproducción, con los que lo confunde mi
vecino.”
Por la misma senda, haciendo gala
de honestidad brutal: “Lo único verdaderamente importante para el hombre es la
alimentación y la cópula. O mejor dicho, la alimentación para la cópula, pues
el hombre en esencia no vive para comer sino que come para lo otro.”
Recomiendo la lectura de este
libro haciendo previo aviso de que en él encontraremos acendrados odios,
escasas simpatías, alguna ocurrencia y no pocas necedades.
Finalmente, Fernando Vallejo,
cometió la astucia de, en un breve enunciado, resumir su arte: “Cada quien es sus palabras”.
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