martes, 5 de noviembre de 2013

A la memoria de Álvaro Mutis


Álvaro Mutis, poeta y novelista –también coqueteó con el ensayo-, aunque nacido en Colombia,  desde 1956 se estableció en la ciudad México, por lo que no es gratuito considerarlo uno de los nuestros, falleció el pasado 22 de septiembre víctima de un problema  cardiorrespiratorio.

Recibió numerosas distinciones por su trabajo, entre ellas podemos destacar los premios Reina Sofía y Cervantes. 

Cualquiera de sus libros me parece recomendable. Uno de sus primeros trabajos Los elementos del  desastre   gusta a todos sus lectores; los de ayer y los de ahora. Hay algo inefable en esos versos, de humedad y de salitre, a manera de  imán. Fue en ellos donde conocí  al personaje central de sus navegaciones, Maqroll el Gaviero;  alto avizor, laborioso viajero por tierras  de fiebre y aventura. 

Maqroll  fue la conciencia del poeta, así lo vio Octavio Paz; pero no cualquier poeta,   Mutis pertenecía a la estirpe más rara, la de aquellos que tienen “Necesidad de decirlo todo y conciencia de que nada se dice. Amor por la palabra, odio a la palabra…  Gusto del lujo y gusto por lo esencial”.

La primera lectura que hice de la Oración de Maqroll la equiparo a la primera ocasión en que el cielo vi partido por un rayo.  Aquí unos versos:

“¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento. Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro”.

Si la paciencia del lector admite otro título. También recomiendo urgentemente la lectura de Caravansary.  El título de ese poemario alude a la palabra inglesa que define al lugar (patio o posada) donde pernoctan las caravanas.  Para decirlo en corto, se trata de uno de los poemas en prosa más hermosos de nuestra lengua; homenaje a la condición nómada de todo aquel siempre presto a partir a otra costa, a otro horizonte, a la piadosa nada que a todos habrá de alojarnos.

Imaginemos al grupo que conforma una caravana mascando hojas de betel y escupiendo al suelo con monótona regularidad. Es de noche. Arriba:  inmutables estrellas. Abajo ellos dialogan, ¿de qué platican?

“Se habla de navegaciones, de azares en los puertos clandestinos, de cargamentos preciosos, de muertes infames y de grandes hambrunas.  Lo de siempre”.

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