domingo, 7 de julio de 2013

El rastro de tu sangre en la nieve



En un primer acercamiento, el cuento El rastro de tu sangre en la nieve puede parecer atípico dentro del universo de Gabriel García Márquez; la trama se desarrolla, mayormente, en la fría Europa y no bajo los soles de Colombia.


Los protagonistas (Nena Daconte y Billy Sánchez de Ávila) se conocían desde pequeños pero el destino los junta de nuevo cuando arañaban los veinte. Para ese entonces Billy comandaba una pandilla a la manera de algunos memorables protagonistas de las novelas tempranas de Mario Vargas Llosa (pienso, sobre todo, en La ciudad y los perros y Los cachorros).

Entre aquellos ritos de paso donde un hombre se prueba como varón ante sus iguales hay todo tipo de anécdotas, la mayoría deleznables; trazan un arco que va del bullyng a la zoofilia. La gamberrada de Billy y sus secuaces consistía en tomar por asalto los vestidores de mujeres de los balnearios de las playas de Marbella (Cartagena) y desnudarse ante las chicas. En una de esas ocasiones Billy se reencuentra con Nena; para relatar ese episodio cedamos la palabra a García Márquez:

“Nena Daconte permaneció de pie, inmóvil, sin hacer nada por ocultar su desnudez intensa. Billy Sánchez cumplió entonces con su rito pueril: se bajó el calzoncito de leopardo y le mostró su respetable animal erguido. Ella lo miró de frente y sin asombro.

-Los he visto más grandes y más firmes –dijo, dominando el terror-. De modo que piensa bien lo que vas a hacer, porque conmigo te tienes que comportar mejor que un negro.”

Gabriel García Márquez es un maestro en el uso del diálogo. Cuando pone a hablar a sus personajes lo que sale de sus bocas es para enmarcar. Sin embargo, recuerdo pocos desafíos verbales tan crudos y efectivos como el anterior donde la presa sin más arma que sus palabras intimida, y a la postre domeña, al predador.

Limada esa aspereza: Nena y Billy se enamoran, contraen nupcias y emprenden un invernal viaje lunamielero a Francia con escala en España; allí son recibidos por cercanos a su parentela. Entre los obsequios de bienvenida Nena recibe un ramo de fragantes rosas. Al cogerlas (una rosa es una rosa) se pincha un dedo con una espina de tallo. De aquella pequeñísima herida no dejará de manar la sangre e irá, en el trayecto de Madrid a París, dejando un rastro de sangre en la nieve y acaso en la literatura.

El rastro de tu sangre en la nieve es el cuento en torno al cual sesionaremos en el Círculo de Lectores (sábado 13 de julio, 3 de la tarde, Estación Palabra), fue escrito en 1976, publicado enseguida en un suplemento literario y finalmente, hacia 1992, incorporado a un libro; es uno de los Doce cuentos peregrinos.

Gabriel García Márquez es un novelista formidable (pienso no solamente en sus Cien años de soledad, sino también en obras como El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada); pero como cuentista también dejo un puñado que librará pelea a los embates del tiempo, como la historia que nos ocupa. Trabajar con el cuento y la novela produjo un aprendizaje; con generosidad, García Márquez dejó constancia escrita:

“…el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de un personaje…El cuento, en cambio, no tiene principio ni fin: fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia propia y la ajena enseñan que en la mayoría de las veces es más saludable empezarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo a la basura. Alguien que no recuerdo lo dijo bien con una frase de consolación: “Un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica”.

De manera que no se trata sólo de escribir: hay que abandonar y retomar, pulir, precisar, corregir y desechar. Todo eso demanda tiempo, no por nada don Alfonso Reyes aconsejaba a los aspirantes a escritores que se blindaran el trasero.

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