En la pasada entrega de los
Premios de la Academia, Searching for sugar man, del
director sueco Malik Bendjelloul, se alzó con el Oscar al mejor largometraje documental.
Buscando a sugar man, o como sea que
la nombren entre nosotros, cuenta
la historia de las circunstancias del segundo aire de un misterioso cantante
norteamericano de raíces hispanas.
Nacido en Detroit, Michigan, en
1942, de padres inmigrantes mexicanos, Sixto Rodríguez es un compositor cuyas canciones lisa y llanamente pasarán a la
historia por el poder persuasivo de sus
letras, las cuales guardan un aire de
familia con las de Bob Dylan.
En los sesenta se desempeñaba cantando en bares
de Detoit; a finales de esa década es contratado para grabar un disco, lanzado al mercado en 1970 llevó por nombre Cold Fact. A partir de ese momento
firmaría sus trabajos utilizando únicamente su apellido, Rodríguez. Ni esa producción ni la que le siguió, Coming from Reality (1971) obtuvieron
éxito comercial en Estados Unidos.
Sin embargo, en las lejana Sudáfrica el talento de Rodriguez fue
apreciado por multitudes. Pertenece a la esfera del misterio la explicación del
fenómeno; pero se barajan hipótesis. Cuenta la leyenda que allá por los setenta una chica norteamericana visitó a su novio
afincado en Ciudad del Cabo; ella llevaba consigo Cold Fact. No es improbable que de ese modo se haya introducido
nuestro personaje en el mercado
sudafricano.
Los jóvenes castigados por el
apartheid conectaron con las letras de
Rodríguez y tomaron como suyas las protestas de sus canciones. El paso de los
años incrementaría la popularidad de Rodriguez. Su álbum Cold Fact fue adoptado como símbolo en la lucha contra el poder opresor
de aquella nación africana. Sus
canciones, como era de preverse, fueron prohibidas y censuradas en la radio
pues no solamente avivaban el descontento sino que promovían prácticas ilegales,
tal era el caso de una de las más populares,
Sugar Man:
“Silver
magic ships you carry
Jumpers, coke, sweet Mary Jane”
Jumpers, coke, sweet Mary Jane”
No se requiere mucha elucubración
para entender que Sugar Man es un eufemismo para aludir al dealer.
En una época anterior a las redes
sociales, Rodríguez, como pocos, padeció las veleidades de la popularidad. Fue
famoso ignorando que lo era. Con el
tiempo se esparció el rumor de que en un
concierto, ante una audiencia poco receptiva, se había suicidado.
Toda intriga genera sus
detectives: promediaban los noventa cuando dos entusiastas del trabajo de
Rodríguez, Stephen Segerman y Craig
Strydom, investigaban la identidad del
músico. Segerman había detectado que la popularidad en el país natal de Rodríguez era ínfima sino
que inexistente. Siguieron la pista del
dinero, una pesquisa llevó a otra, hasta dar con la revelación mayor: Rodríguez
aún vivía y trabajaba como obrero.
Al descubrimiento siguió el
contacto directo y la posterior invitación a viajar a Sudáfrica para ofrecer
conciertos. Sin embargo, poco cambió en la vida del cantante; las mieles del
éxito le sorprenden cansado y con glaucoma. El dinero que ganó en los últimos
años, informa el documental, lo dio a parientes y amigos. Continuó viviendo en
su humilde casa en el centro de Detroit y forma parte de esa ciudad venida a
menos que no hace mucho se declaró en bancarrota.
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