En una película de
Woody Allen un par de malhechores maquinan un crimen. A punto están de
ejecutarlo cuando uno interroga al otro: ¿y si existe dios?
Llama la atención
como aún entre canallas afloran, no tanto como se quisiera, los miramientos. He
pensado en este asunto luego de leer La
ternura caníbal (Páginas de espuma, 2013) de Enrique Serna.
Ese libro es la tercera aportación de Serna al
género del cuento; le preceden Amores de
segunda mano y El orgasmógrafo.
A Serna le son atractivos
los personajes innobles; encuentra en ellos girones de humanidad pero nada más:
son lo que son. Serna arropa con nuevos trajes una sospecha antigua: el hombre
está hecho de mala levadura.
De modo que no es de extrañar que en el
villano favorito de la historia mexicana, Antonio López de Santa Anna, Serna
haya encontrado tela de dónde cortar y confeccionara una de las novelas que
mayor fama le han prodigado, El seductor
de la Patria.
Por la misma senda
camina Ángeles del abismo. Acaso, de
sus novelas, mi favorita; donde recrea las peripecias de un par de pillos en
época del virreinato.
En La ternura caníbal una galería de
personajes enfrentados a destinos inmisericordes trazan un arco de las
variantes del egoísmo. Hay de todo, como en botica: el marido próximo a
fallecer que exige a su mujer, luego de
que él muera, se inmole para ser enterrados juntos; el matrimonio de artistas
que desprecian mutuamente sus
respectivas obras; el escritor de provincia necesitado de probar su competencia
que recibe el elogio de un eminente poeta
y al poco entiende que más vale no cacarear el asunto y asumirlo como una
gloria privada; el afeminado que en vez de hincar los colmillos en su presa
afecta, inopinadamente, inútil elegancia; la pareja que recurre a la práctica swinger como antídoto contra las ruinas
de la rutina.
El primero (Entierro maya) y el último (La incondicional) de los cuentos son mis
favoritos e imprimen sardónica redondez al volumen.
Los artistas de
rigor, y Serna lo es, no eluden el dictamen del espejo; sabe que la literatura
sirve también para enfocar sus zonas de niebla. Enrique Serna cruzó su Rubicón
con Fruta Verde, una de las pocas
novelas, entre nosotros, sobre la bisexualidad.
El estercolero
nuestro de cada día provoca en Serna más recaídas en el humor que en la vana
queja. En sus incursiones en la espesura de la modernidad atisba una que otra
verdad meritoria de examen; por ejemplo: “-el honor- es otra antigualla
obsoleta como la fidelidad y el romanticismo. Maldita modernidad, cuantos
sentimientos nobles has convertido en chatarra.”
Sobra decir que recomiendo su lectura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario