domingo, 22 de septiembre de 2013

La ternura caníbal



En una película de Woody Allen un par de malhechores maquinan un crimen. A punto están de ejecutarlo cuando uno interroga al otro: ¿y si existe dios?

Llama la atención como aún entre canallas afloran, no tanto como se quisiera, los miramientos. He pensado en este asunto luego de leer La ternura caníbal (Páginas de espuma, 2013) de Enrique Serna.

Ese  libro es la tercera aportación de Serna al género del cuento; le preceden Amores de segunda mano y El orgasmógrafo.

A Serna le son atractivos los personajes innobles; encuentra en ellos girones de humanidad pero nada más: son lo que son. Serna arropa con nuevos trajes una sospecha antigua: el hombre está hecho de mala levadura.

 De modo que no es de extrañar que en el villano favorito de la historia mexicana, Antonio López de Santa Anna, Serna haya encontrado tela de dónde cortar y confeccionara una de las novelas que mayor fama le han prodigado, El seductor de la Patria.

Por la misma senda camina Ángeles del abismo. Acaso, de sus novelas, mi favorita; donde recrea las peripecias de un par de pillos en época del virreinato.

En La ternura caníbal una galería de personajes enfrentados a destinos inmisericordes trazan un arco de las variantes del egoísmo. Hay de todo, como en botica: el marido próximo a fallecer  que exige a su mujer, luego de que él muera, se inmole para ser enterrados juntos; el matrimonio de artistas que desprecian  mutuamente sus respectivas obras; el escritor de provincia necesitado de probar su competencia que  recibe el elogio de un eminente poeta y al poco entiende que más vale no cacarear el asunto y asumirlo como una gloria privada; el afeminado que en vez de hincar los colmillos en su presa afecta, inopinadamente, inútil elegancia; la pareja que recurre a la práctica swinger como antídoto contra las ruinas de la rutina.

El primero (Entierro maya) y el último (La incondicional) de los cuentos son mis favoritos e imprimen sardónica redondez al volumen.

Los artistas de rigor, y Serna lo es, no eluden el dictamen del espejo; sabe que la literatura sirve también para enfocar sus zonas de niebla. Enrique Serna cruzó su Rubicón con Fruta Verde, una de las pocas novelas, entre nosotros, sobre la bisexualidad.

El estercolero nuestro de cada día provoca en Serna más recaídas en el humor que en la vana queja. En sus incursiones en la espesura de la modernidad atisba una que otra verdad meritoria de examen; por ejemplo: “-el honor- es otra antigualla obsoleta como la fidelidad y el romanticismo. Maldita modernidad, cuantos sentimientos nobles has convertido en chatarra.”

Sobra decir que recomiendo su lectura.

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