Uribe, uno de nuestros mejores prosistas en activo, confía a la revista Nexos algo de su ars narrativa:
El austrohúngaro Erich Weisz, mejor conocido como el estadunidense Harry Houdini, era un maestro en el arte de meterse en aprietos. “La celda acuática de tortura china” y “El tanque de leche”, sus dos actos más célebres, consistían diversamente en ponerle grilletes en los pies, colgarlo boca abajo, meterlo en una jaula cerrada con llave y sumergirlo hasta el fondo de una pileta llena de agua. Houdini tenía sólo tres minutos para escapar de esa ardua serie de trampas autoimpuestas, o bien morir. Sin el dramatismo ni por fortuna el peligro implícitos en tamaño espectáculo, yo al emprender cada libro, y cada parte de un libro, y cada página de cada parte, me enjaulo en una trama de reglas asumidas por mi propia voluntad. La premisa de mis restricciones deliberadas es que el párrafo debe ser a la prosa lo que la estrofa a la poesía. De ahí se derivan sencillas ordenanzas de composición, al estilo de: no emplear el punto y coma (o sí, según el caso), no repetir ningún verbo ni adverbio ni sustantivo ni sobre todo adjetivo (salvo cuando haga falta), no incluir el término definido en la definición (para respetar un precepto de la filosofía clásica), no repetir el ritmo ni la longitud ni la estructura de las frases sucesivas (aunque en ocasiones puede resultar interesante), no concluir siempre con palabras acentuadas en la misma sílaba (a no ser que se desee destantear al lector perspicaz), no abusar de los paréntesis (como hago ahora) y tantos otros mandamientos parrafales (por lo común negativos, a imagen y semejanza de los diez del Monte Sinaí) cuantos convengan a un texto en particular. Si se trata de una narración, hay que pensar además en el trazo de los personajes, en los límites precisos (o no) al punto de vista del narrador (o de los narradores), etcétera. Borges (otra vuelta Borges) dijo que con la edad había reemplazado las doctrinas estéticas por ciertas mañas literarias. Temo que ya alcancé esa edad. Una de las muchas diferencias esenciales entre mi oficio y el del escapista es que yo no tengo prisa.
Tampoco sé cuántas de mis manías obedecen al hecho atávico de que escribo a mano. Con un bolígrafo de los más corrientes, que en el siglo pasado se llamaban “plumas de a peso”. En hojas sueltas de papel blanco y sin rayas que sólo ennegrezco por una cara. La verdad es que paso mucho más tiempo fantaseando —mientras miro a mi gata ovillada en la musadora o a las hojas inéditas del clóset o a las inalcanzables flores del flamboyán— que escribiendo. La verdad es que sólo empiezo a escapar de mi jaula voluntaria cuando por fin llega el día de transcribir los párrafos a la computadora. La verdad es que me gusta menos escribir que haber escrito. Y entonces, ya fuera del tanque de agua y envuelto en una muda de ropa seca, morosamente corregir
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Luto en el cine. Esta semana se han marchado el actor Tony Curtis (el de la imagen) y el realizador Arthur Penn. De Curtis rescataría Some like it hot, una de las películas más divertidas en la historia del cine y, en el caso de Arthur Penn, favorecería su trabajo en Bonnie and Clyde.