viernes, 8 de agosto de 2008
Nuestras bibliotecas
Debo a la lectura matutina de un artículo del día publicado en Hojalata (suplemento semanal de Lider), bajo la firma de Paloma, enterarme de que una de las bibliotecas de nuestra ciudad se llama Emiliano Zapata. Y me pregunto, sin ánimos de jorobar, ¿qué no les bastó con tanta calle, ejido, ranchería, ciudad, como las hay, con ese nombre? ¿Es el adecuado para una biblioteca? Si se quiere nombrar un recinto dedicado a la lectura no vendrían más a pelo, tan sobrados como estamos, los nombres de Xavier Villaurrutia, Alfonso Reyes o Juan José Arreola, por tan sólo citar a tres magníficos.
Los nombres de las bibliotecas de Nuevo Laredo son, además de la aludida: José Vasconcelos, Profr. José María Martínez, Profr. Rubén Miranda Villalba y un par más que tuvieron el buen gusto de prescindir del nombre. Cualquier persona medianamente informada consentirá en la justeza de nombrar José Vasconcelos a un lugar de libros. Se entiende que aquellas otras con nombres de profesores no conocidos a nivel nacional aludan a glorias locales. Y no veo nada de malo en que un pueblo honre con sus nombres a lugares públicos. Es un modo más del cariño, pues se antoja recíproco y se infiere que estas personas a quien por ignorancia podemos desconocer fueron notables ciudadanos.
El que quiso homenajear a Zapata bautizando con su nombre a esa biblioteca pudo hacer algo mejor y más a tono: dotar al acervo del recinto con al menos un ejemplar de la biografía que preparó John Womack sobre el caudillo del Sur. Apostaría a que no hay tal.
Cuando se trata, como es el caso, de obras públicas, ¿que acaso no hay consejos ciudadanos o clubes culturales o científicos a los cuales consultar? y si los hubo; queda claro que, una de dos, o esos consejos no aconsejan o sólo están para hacerle el caldo gordo al caudillo cultural del momento, al alcalde de la hora, o más triste, al jefe delegacional o de manzana de marras, quienes terminarán por imponer sus veleidades.
Por lo que a mi respecta, y si a alguien le interesa, procuraría tratándose de espacios destinados a la lectura nombrar tales lugares con el de escritores, claro, pero premiaría a aquellos que manifestaron un amor desmedido por los libros, su cuidado y difusión. Si se tratase de celebrar a un nacional pensaría en don José Luis Martínez y allende las fronteras pensaría en Harold Bloom. A no dudar.
Todo lo anterior resulta anecdótico. Lo grave es que nuestros espacios para la lectura son poco visitados. Eso entristece. Procuro asistir a, digámoslo así, la biblioteca de mi barrio; que aunque es de una Universidad, está abierta al público y no es requisito ser estudiante o docente de la UAT (Universidad Autónoma de Tamaulipas) para hacer uso de sus instalaciones. Les estoy hablando de la Biblioteca del Multidisciplinario de la UAT (mejor este nombre que el de Biblioteca Pancho Villa o Clavillazo), sede desde hace un par de meses del Círculo de Lectura que coordino. Es un lugar con amplísimo estacionamiento, iluminación y clima perfectos; con el silencio de rigor que se agradece y un acervo (lo he revisado de la A a la Z) decoroso.
Además de la pequeña pero constante batalla que he venido dando por promover el noble hábito de la lectura; en adelante daré otro, el de avivar esta biblioteca. Los que vivan por mi rumbo, dense la oportunidad de conocerla o acudan a la que les resulte más cercana. Es un desperdicio lamentable no aprovechar los bien equipados espacios con los que contamos; recordando a Esopo: el que no usa lo que tiene, nada tiene.
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