Ocurre que no vemos con claridad, en los distintos ámbitos: federal, estatal, municipal, hacia a dónde apuntan las iniciativas de nuestras autoridades; llámense ejecutivas, legislativas y judiciales.
No hay originalidad en el desorden que se observa; me vengo a enterar por la columna de hoy de Héctor Aguilar Camín, para Milenio, que ya Polibio (historiador griego nacido en 200 A. C.) advertía esos vicios en su sociedad:
Al pueblo ateniense le ocurre siempre lo que a una nave sin capitán. En efecto: en las naves, mientras los marineros se incitan a no promover discordias y a obedecer al piloto, ya sea por el miedo que les infunda el estado de la mar o la proximidad del enemigo, todo el mundo cumple su deber estupendamente; pero, cuando toman confianza y empiezan a desdeñar a los que ejercen el mando y a disputar defendiendo opiniones contrapuestas, en tal caso unos marineros prefieren proseguir la navegación, otros instan al piloto a que fondee la nave, otros pretenden desplegar las velas, otros quieren impedirlo a brazo partido y les mandan dejarlas. El espectáculo es vergonzoso para los que lo contemplan desde fuera, por las diferencias y disputas surgidas entre los marineros, que además convierten en arriesgada la navegación para todos. Más de una vez, navegantes que han superado los mares más vastos y los temporales más formidables naufragan cerca de la costa o en la misma bocana del puerto. Esto es lo que con frecuencia ha sucedido al estado ateniense: después de haber vencido las más grandes y terribles peripecias por la bravura del pueblo y la de sus jefes, en los intervalos pacíficos se ha hundido, al azar, incomprensiblemente.
De seguir acéfala nuestra nave y sin un puerto claro al cual llegar, sólo la veremos navegar y navegar, a merced de tormentas y naufragios; a merced, no menos grave, de nosotros mismos.
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