lunes, 23 de agosto de 2010

Engaño



Dos adúlteros en su escondite. El enunciado anterior resume la trama de Engaño, novela de Philip Roth.

Siempre que leo una obra de este escritor norteamericano me embarga un repetido déja vu. En esta, como en otras historias suyas, hay un escritor judío y hay una mujer bella y talentosa pero no a la altura del genio del primero; y hay reflexiones múltiples sobre asuntos que uno juzga naturales al autor. (Philip Roth, y tal vez por ello me guste leerlo, sabe que no todo es garabatear sino que la escritura debe estar preñada de pensamiento.)

Uno se aventura a un libro de Philip Roth como quien apuesta por un film de Woody Allen: Más o menos ya se sospecha lo que se encontrará pero eso no importa. O dicho de otro modo, precisamente eso es lo que importa.

Engaño esta construida a través de conversaciones (la narración se da como consecuencia de la plática), lo que los infieles se dicen antes, durante y después del coito; con una franqueza y naturalidad que por momentos perturba (como la traducción al castellano se realizó pensando en el mercado de España, el lector habrá de resignarse a expresiones del tipo “su mano en mi polla”).

La abundancia de diálogos contribuye a configurar la sensación de claustrofobia (el sol de los adúlteros). No pocas líneas de esas infinitas charlas descuellan por su ingenio. A guisa de ejemplo:

-¿Qué ocurre cuando él te pregunta cómo te has hecho ese cardenal en el muslo?
-Ya lo ha hecho.
-¿Ah, sí? ¿Y qué?
-Le dije la verdad, como siempre. Así es imposible que me sorprenda nunca mintiendo.
-¿Qué le dijiste?
-Le dije “Este cardenal me lo hice durante un fogoso abrazo con un escritor desempleado en un piso sin ascensor en Notting Hill.”
-¿Y cuál fue su reacción?
-Parece absurdo y todo el mundo se ríe.
-Y así conservas la ilusión de que eres una mujer sincera.
-Desde luego.

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