SALMO IV
¡Que tenga yo, Señor, atrevimiento
(¿Quién me lo oye decir que no se espanta?)
de procurar con los pecados míos
agotar tu piedad o tu tormento!
La lengua se me pega a la garganta;
agua a mis ojos falta, a mi voz bríos;
nada me desengaña;
el mundo me ha hechizado.
¿Dónde podré esconderme de tu saña,
sin que el rastro que deja mi pecado,
por donde quiera que mis pasos llevo,
no me descubra a tu rigor de nuevo?
(Don Francisco de Quevedo y Villegas)
Llegué a este poema, como a tantos otros, por Octavio Paz. Lo leí por primera vez cuando era un muchacho. Desde entonces me acompaña.
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