viernes, 29 de octubre de 2010

Cuentas pendientes



“La Argentina produce excelentes escritores y futbolistas”, se envanecía al decirlo, el también escritor argentino, Rodrigo Fresán. Sin embargo, al menos en la materia de la que algo sé, la literaria, todo parece darle la razón.

Cuentas pendientes, novela de Martín Kohan, valida el enunciado con el que se inaugura el párrafo anterior y comienza de este modo:

Tengo para mí que Giménez, tarde en la noche, arrastra los pies cuando entra en la cocina. Está cansado, las piernas sinuosas y como de tela, acechadas por calambres, quebradizas. Pero hay algo más que eso en los pies que no despegan del suelo: calza pantunflas, y si las levanta del suelo al dar un paso se le zafan y se le van. El resultado es un siseo que, en el comienzo de la madrugada, y a no ser por las voces que expide desde el cuarto la televisión prendida, resultaría perfectamente audible.

En la cocina apretada del departamento de Giménez, hay espacio apenas para dos: para la heladera y para él. El hecho en sí no lo inoportuna, dado que vive solo, pero para abrir la puerta de la heladera se ve en la necesidad de hacer maniobras complicadas y juegos de cintura que, a su edad, le cuestan y lo agitan. Luego le pasa siempre lo mismo: se queda parado delante de la heladera abierta y no recuerda en absoluto qué era lo que venía a buscar.

En lo sucesivo, Kohan no tendrá piedad con su personaje, Lito Giménez. Se ensañará con él: le veremos rehuir al rentero, asistiremos a la merma de su virilidad, a la cotidianidad simple y gris de una vida apagada apostándole, tozuda y vanamente, al azar (las carreras hípicas son lo suyo), al estira y afloja que mantiene con su ex mujer y la madre de ésta (“Ojito, ché, con hacerme alguna cosa”). Kohan se esforzó y lo obtuvo: nos regala, aderezado con un endiablado sentido del humor, el monumental retrato de una ruina.“Todos queremos llegar a viejos y todos negamos que hemos llegado", sentenciaba Quevedo. Por algo será. Como moscas al azúcar, a la vejez la persigue un rosario de miserias.

Cuando todo parecía indicar que con Cuentas pendientes nos la veíamos con la construcción de un personaje (como hace mucho no se veía), Kohan, ejecuta, en el capítulo XIV, una jugada maestra: deja de narrar de manera indirecta y pasa a contarnos la historia en primera persona; pero la voz cantante no es la de Giménez sino la del temido Dueño del apartamento al cual el primero adeuda cuatro meses de alquiler, quien resulta, a la vez, un escritor sospechosamente parecido al autor de la novela.

(Otro destacado autor argentino, Ricardo Pligia, sustenta que todo texto narrativo tiene un discurso explícito y otro tácito. En la novela que nos ocupa la historia soterrada, tratada con alfileres, sugerida oblicuamente, tiene que ver con la hija de Giménez; Inesita fue uno de los tantos bebés que en la desdichada hora de la dictadura militar fue arrebatado a sus padres biológicos (opositores y en consecuencia perseguidos por el Poder)y dado en adopción. Uno de los pocos amigos de Giménez, el coronel Vilanova, fue el puente necesario para este caso concreto.)

A todo esto, yo sólo quería decir que Martín Kohan ha escrito una novela entrañable; un notable ejercicio de invención, y eso, amigos, es un regalo mayor.

***
Círculo de Lectores/ Noviembre 2010: La cita con "La otra historia de México: Díaz y Madero" de Armando Fuentes Aguirre, Catón, es este sábado 6 de noviembre a las 11:00am en el Antiguo Banco Longoria.

1 comentario:

India Ning dijo...

Estoy de acuerdo con Fresán en su sentencia, solo que los primeros perduran para siempre en nuestras estanterías.

Tomo nota sobre la nocela de Kohan. Tiene buena pinta.

Saludos.