martes, 12 de octubre de 2010

A medio siglo de la muerte de Albert Camus


En el año en que recordamos a Albert Camus, a medio siglo de su muerte, he vuelto a leer El extranjero.

Mi primera lectura de esa novela la hice antes de cumplir veinte años. Era la época en que leía con fervor todos los libros de Mario Vargas Llosa que caían en mis manos; dentro de ese todo, llegó uno ahora difícil de conseguir: Entre Sartre y Camus. Se trataba de un ensayo en el que el peruano recordaba como la literatura comprometida cuyo paladín fue Jean Paul Sartre encandiló sus mocedades (al axtremo que sus amigos le llamaban "el sartresillo valiente"). Sin embargo, con el paso del tiempo, las simpatías del autor de La ciudad y los perros terminaron por decantarse a favor de Albert Camus.

También era la época en que tontamente más singular me juzgaba. Sentía que lo mío era alejarme de todo y de todos. Mi divisa, un pensamiento de George Bernard Shaw: “No ames a tu prójimo como a ti mismo. Si estás en buenos términos contigo mismo, sería una impertinencia; si en malos, un insulto.”

De manera que, y como se verá más adelante, en esas circunstancias la lectura de El extranjero fue atingente. En ella se cuenta la historia de un hombre, Meursault, al que una serie de eventos desafortunados terminan por situarlo en el patíbulo. A la muerte de su madre, donde se la juzgará frío e insensible se sucede un asesinato en defensa propia. Le sigue un proceso por momentos absurdos hasta el punto de querer constituir su conducta en los funerales de su madre en una de las causales del homicidio.

La extranjería de Meursault no es territorial sino de índole moral. Su conducta, (era callado pues, según constó en las actas del juicio, cuando no tenía nada que decir prefería no hablar. Este gesto que podemos juzgar pertinente y de meridiana coherencia, en una sociedad parlanchina dada a la garulla, se tenga o no algo que decir, resultaba, y aún resulta, sospechoso) y su indiferencia ante las urgencias de los otros ha hecho de él un personaje para la posteridad.

Además del pulso de cirujano con el que Camus la escribió, esa pequeña novela destaca por las aún vigentes reflexiones éticas que en ella se dan cita. Como ya he dicho, la sentencia fue tremenda, sobre Meursault recae la pena capital. A escasas horas del cadalso le visita un capellán y él rechaza los favores de la confesión. El diálogo fue el siguiente:

¿”Por qué”, me dijo, “rehusa usted mis visitas”. Contesté que no creía en Dios. Quiso saber si estaba bien seguro y le dije que yo mismo no tenía para qué preguntármelo; me parecía una cuestión sin importancia… Quiza no estaba seguro de lo que me interesaba realmente, pero, en todo caso, estaba completamente seguro de lo que no me interesaba… y (dada la urgencia de su situación) no tenía tiempo para interesarme en lo que no me interesaba.”

Es la hora en la que me pregunto cuánto de Meursault vive aún en mí. A medio siglo de la muerte de Albert Camus vuelvo a leer El extranjero. Consagro, así, el mayor homenaje que se puede rendir a un escritor: la relectura.

1 comentario:

Hey Mr. Rain dijo...

Esa foto que pusiste siempre me ha gustado, me parece que tiene una mirada hueca y a la vez enigmática.