lunes, 11 de enero de 2010

Las bicicletas de Aceves Navarro



Coloridas y ligeras, se les ve por la ciudad, se trata de la bicicletas del escultor y pintor Gilberto Aceves Navarro. En petit comité posé con unos amigos ante ellas luego de compartir en casa los tamalitos de chipilín preparados por mamá y que suelo traer de regreso de mis navidades en Tabasco. En la foto, de izquierda a derecha: Antonio Sarabia, yo, Daniel y Antonio Sánchez.

Por sus inicios como asistente de Siqueiros no falta el despistado que ubique a Aceves Navarro en la Escuela Mexicana. Basta con apreciar su técnica, sus obsesiones ajenas al panfleto educador, para incluirlo, y se puede incurrir en desatino, en la Ruptura.

Su padre lo abandonó (de él, en sus palabras, sólo heredó la diabetes) y su madre, cantante de ópera y loca, lo despreció. Casó con Raquel Rodríguez Brayda Longoria, norteña de familia acaudalada; su compañera por más de 40 años. No la presenta con nadie pero se debe a ella leal y amoroso.

Del libro Trazos y revelaciones, entrevistas de Silvia Cherem con diez artistas mexicanos, procede la información anterior y la siguiente anécdota:

…nació y creció sin nombre. Su veleidosa madre…lo llamaba simplemente “El niño”… sólo hasta que cumplió tres años, por presión de la abuela, aceptó registrarlo.
-¿Y cómo le vamos a llamar?- preguntó la juez.
- Ay, me da igual –respondía remilgosa.
-Póngale Gilberto, yo tengo un novio muy querido que así se llama- le aconsejó la funcionaria.
-Pues póngaselo. Y añádele Horacio.
Ya encarrilados, la abuela que era “rezadora y cabulera” no quiso quedarse atrás: “A mí me gustan los nombres del santoral. Nació el día de las Mercedes y los Pafnuncios”.
Así, Gilberto Horacio Pafnuncio Aceves Navarro dejó de ser “El Niño”. En palabras del artista: “Viví jodido y encabronado con mi nombre. Si la susodicha hubiera estado enamorada de Epigmenio o Epimeteo, así me hubieran puesto.”
***

Tabasqueño, qué se le va a hacer! Acaso por influjo de las ceibas, a los tabasqueños nos fue negada la modestia. Cuenta Aceves Navarro que el profesor que más le impresionó por su destreza verbal fue mi paisano Carlos Pellicer. El poeta se sabía tan por encima del medio pelo que en un arrebato confesó: “Poetas en América somos nones, y no llegamos a tres”.

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