Si usted sostiene que los sacrificios, cometidos por nuestros antepasados, en lo alto de una pirámide, eran puramente religioso, sin mayor propósito que el de mitigar la voracidad de sus dioses, se engaña. Los antiguos mexicanos practicaban el canibalismo. Está documentado, cuando dos tribus guerreaban no era impensable el gritarle al enemigo, como táctica intimidatoria, “Nuestras mujeres los cocinarán con chile”. Existen vestigios de vasijas de barro en cuyos bordes se encuentran grabados brazos y piernas que asoman; alegoría de los “pozoles humanos” referidos en el número de enero de Letras Libres por Pablo Escalante Gonzalbo:
Estos pozoles se hacían en grandes banquetes que no parecen haber sido exclusivos de la nobleza… hay una interesante “comunión” entre nobles y plebeyos en el episodio de la antropofagia tal como la practicaban los mexicas. Cuando se arrojaba escaleras abajo el cuerpo del guerrero cuyo corazón se había extraído en lo alto de la pirámide, esperaba abajo el guerrero responsable de la captura. Se arrancaba una pierna al cuerpo, ya descoyuntado tras la caída, y esta se reservaba para ser guisada en las grandes ollas de palacio; el resto del cuerpo era entregado al captor, que lo llevaba a su barrio para ofrecer un gran banquete… Es interesante observar que, mientras en el barrio los parientes y vecinos comían ese pozole, lo mismo hacían, con la pierna, los nobles que eran alimentados en palacio… es por esta razón que cada fémur colgado en la casa de un hombre que había participado en la guerra equivalía a un prisionero, pues el otro fémur pertenecía a palacio, donde podía ser usado para hacer un güiro, una flauta u otra artesanía u ofrenda.
Recuerden que mañana, en el cine club, exhibiré El golpe. Mientras tanto: Bon Appétit!