lunes, 31 de enero de 2011

Y una mañana...




En el capítulo 8 de Santa Evita, Tomás Eloy Martínez refiere las claves que nos permiten comprender la transformación de Evita, de ordinaria en fetiche. Por ejemplo:

En cada familia peronista circula un relato: el abuelo no había visto el mar, la abuela no sabía qué eran las sábanas o las cortinas, el tío necesitaba un camión para repartir cajones de soda, la prima quería una pierna ortopédica, la madre no tenía con que comprar el ajuar de novia, la vecina enferma de tisis, no podía pagarse una cama en los sanatorios de las sierras de Córdoba. Y una mañana apareció Evita. En la escenografía de los relatos, todo sucede una mañana: soleada, de primavera, ni una nube en el cielo, se oye música de violines. Evita llegó y con sus grandes alas ocupó el espacio de los deseos, sació los sueños. Evita fue la emisaria de la felicidad, la puerta de los milagros. El abuelo vio el mar. Ella lo llevó de la mano, y ambos lloraron juntos ante las olas. Eso se cuenta.


La reunión programada para hoy, donde compartiríamos experiencias de la lectura de Santa Evita, se mueve de día. Será el próximo martes 8 de febrero, a las 18:00hrs, en la Biblioteca del Multidisciplinario de la UAT.

lunes, 24 de enero de 2011

Santa Evita




Eva Duarte, hija bastarda de origen humilde nacida en la provincia argentina. Eva Perón, compañera de Juan Domingo Perón, presidente de aquel país austral. Eva Duarte de Perón, Evita, como ha querido la historia preservar su nombre; odiada, por ordinaria y arribista, por la oligarquía de su época; querida y santificada por legiones de descamisados, los pobres de su país.

A los 33, un cáncer termina con los días de Evita. A partir de entonces comienza una historia no menos asombrosa: la errancia de su cadáver momificado. Esa es la trama que nos cuenta Tomás Eloy Martínez en Santa Evita, siguiendo el criterio de Oscar Wilde: “El único deber que tenemos con la historia es reescribirla”.

Uno de los méritos de la novela de Eloy Martínez fue la creación de personajes difíciles de olvidar. Pienso en dos: el embalsamador y el coronel. A la manera de los faraones egipcios, el cuerpo de Evita, por disposición de Perón, fue embalsamado. Esa función fue ejecutada por el doctor Ara, conocedor de que su tarea no es muy distinta de cualquier artista: fijar el instante.

A la caída de Perón, en 1955, los militares en el poder ordenan desaparecer el cuerpo de Evita, temerosos de que los exhaltados que la adoraban desbordaran sus ánimos. Será el coronel Moori Koenig el encargado de esa misión. Las tácticas y estrategias que el Coronel despliega en ese empeño no le son ajenas a la locura.

El próximo 31 de enero se cumple un año de la muerte de Tomás Eloy Martínez, en esa circunstancia leeremos, en el CLNL, para honrar su memoria, Santa Evita.

lunes, 17 de enero de 2011

Orozco, de pie



En brazos de su hermana, siendo un pequeño de escasos dos años de edad, José Clemente Orozco (1883-1949) veía la pirotecnia nocturna regalada por el Volcán de Colima, cercano a su pueblo natal, Zapotlán, el Grande, Jalisco (Ahora Ciudad Guzmán). Me parece que aquella imagen temprana persiguió al pintor toda su vida. El fuego fue un elemento recurrente en su obra, el más notable de su trabajo, El hombre, en la cúpula del Hospicio Cabañas, da cuenta de ello.

He visitado la exposición Orozco: Pintura y Verdad (permanecerá en San Ildefonso hasta el mes de febrero) y no dudaría en recomendarla, pues representa un paseo a lo largo de las diferentes etapas de pintor jalisciense: dibujante a lápiz, retratista, caricaturista, acuarelista, muralista… (las ilustraciones, superior e inferior, son detalle de La Trinchera, en los muros de San Ildefonso).

Se ha tornado mítica aquella frase de Luis Cardoza y Aragón, a propósito de los más conspicuos muralistas mexicanos: “Los tres grandes, son dos: Orozco”. Al citarla, busco llamar la atención sobre un pintor que tal vez no tiene aún el reconocimiento que merece.

Para finalizar, un comentario de José Lezama Lima: "Queda siempre en pie Orozco. Ahora, después de su muerte, luce todavía más incontaminado y esencial. El drama de sus figuras era el drama de su sangre."

martes, 11 de enero de 2011

El cuarto rey mago



Poco se sabe de él; grandes y pequeños, engolosinados con Melchor, Gaspar y Baltazar, desprecian la memoria de su nombre: Taor. Guillermo Sheridan, oportunamente, lo recuerda:
De niño, mi abuela norteamericana nos leía un relato simpático sobre un cuarto Rey Mago. Lo busqué años más tarde. Era un relato episcopaliano y cursilón de un tal Henry van Dyke, que tuvo la buena idea de proponer a este mago que, lamentablemente, llega a Belén cuando la sagrada familia ya ha abandonado el portal.

¿Lo habrá leído Michel Tournier? Quizás alguien recuerde Gaspar, Melchor y Baltazar, hermosa novela de este que, para mi gusto, es el más grande escritor francés vivo. Como van Dyke, Tournier propuso a un cuarto rey mago caracterizado por la impuntualidad. Recuerdo -no sé qué tan bien- el argumento: Taor, rey de Bangalor, es un rey glotón que viaja con toda su corte, cargados de dulces de todo tipo. Cuando por fin llega a Belén, y no queda ya ni un pastorcito, jura encontrar al niño y rubrica la promesa organizando para los niños del rumbo un banquete de mazapanes, caramelos, pasteles y naranjas cristalizadas.

Siguiendo las huellas de Jesús comienza el desastre: su elefante se mete al Mar Muerto y se convierte en estatua de sal. Poco a poco, Taor pierde todo. Más tarde, en Sodoma, atestigua un juicio espeluznante: un hombre es condenado a trabajar 33 años en las minas de sal. En un arrebato de imitación de Cristo, Taor se ofrece a tomar el lugar del pobre hombre, que tiene hijos pequeños. Su caída es, ahora, absoluta: el rey del azúcar se ha convertido en un arenque humano enterrado vivo.

Pero Taor sobrevive. Pasados los 33 años, recupera su libertad y vaga por Galilea, obstinado con la idea de encontrar al hombre en que se habrá convertido aquel niño de Belén. Siguiendo pistas y acatando rumores lo persigue por todas partes pero siempre llega tarde. Un día se entera de que cenará esa noche en Jerusalém, con sus discípulos. Taor, desde luego, llega cuando la sala del banquete ya está vacía. Agotado, alcanza a tomar de la mesa un trozo de pan y un resto de vino, antes de morir... Sin saberlo -pero sabiéndolo a su manera- Taor ha comulgado la carne y la sangre del Cristo que nunca logró encontrar.

Así pues, el cuarto Rey Mago, el que siempre llega tarde, llegó esta vez adelantado: muere cuando Cristo no ha muerto aún y, por lo tanto, no puede ser salvado por su sacrificio en la cruz. Sin embargo hay que pensar que este anti-Tomás --que no vio a Cristo, pero nunca dudó-- habrá merecido una dispensa. ¿Habrá logrado llegar a tiempo a las puertas del paraíso, entre el tumulto de ángeles y profetas, para ver la llegada triunfal del Cristo ascendido?

jueves, 6 de enero de 2011

El arte de perdurar



Jorge Luis Borges reconoció en Alfonso Reyes a uno de los más grandes prosistas de la lengua castellana . Consignó su admiración en estos versos:

Reyes, la indescifrable Providencia
que administra lo pródigo y lo parco
nos dio a unos el sector y el arco
pero a ti la total circunferencia.


Y, sin embargo, la eternidad prefiere al argentino y no al mexicano (reducido a los estudios académicos). ¿Por qué esto es así? ¿Por qué Borges sí, y Reyes no? A semejante pregunta pretende Hugo Hiriart responder en su último libro de ensayos El arte de perdurar. Reproduzco un par de cavilaciones:

Borges no es, como Reyes, cortés y civilizado: Borges es arbitrario, iconoclasta e imperioso. Hay que retener esto porque parte de la fama de Borges viene de esta arbitrariedad y este encarnizamiento que Reyes nunca se permitió. Las arbitrariedades de Borges pasaban de boca en boca, se difundían en los periódicos. Borges dominaba el arte de escandalizar. Reyes no, él fue siempre cuidadosísimo y razonable en sus raros pronunciamientos.

Otro punto a favor de Borges es que él, a diferencia de Reyes, supo refrenar sus correrías y concentrarse en unos cuantos temas que hizo suyos y repitio obsesivamente... lo infinito...el tiempo, la valentía, los espejos y las espadas... Llamemos a este volverse hacia lo mismo como nota de fama, criterio de unicidad. De la repetición nace el adjetivo, hay temas y modos de decir claramente borgeanos. ¿Podemos decir que hay temas o modos de decir alfonsinos?

El arte de perdurar, como cualquier otro libro de Hiriart, es altamente recomendable.