No transcurrirá este año sin visitar San Pedro de las Colonias, Coahuila. Dos poderosos motivos me impelen a hacerlo. Por una parte un par de queridos amigos se han mudado a ese lugar (Cornelio y Jesús: los abrazo y espero verlos pronto); por la otra, conocer la casa donde vivió Francisco I. Madero.
Suele olvidarse, nuestra Revolución se fundó en un libro: La sucesión presidencial en 1910. Enrique Krauze me ha enseñado a admirar a su autor :
Navidad de 1908. En el pequeño segundo piso –casi un tapanco– de su casa en San Pedro de las Colonias, Coahuila, un hombre hojea el primer ejemplar del libro que ha escrito febrilmente durante algo más de tres meses. Con él se ha propuesto “calmar, orientar y encauzar definitivamente la ansiedad de su patria”. Sometido a una rigurosa dieta vegetariana, acosado por las jaquecas y los ataques oftálmicos, luchando contra lo que él mismo llama “el yugo de los instintos”, el ciclo completo de preparación y ejecución del libro le ha llevado más de un año. Lo comenzaba a escribir al despuntar el alba. Algunas noches, cuando el sereno recorría las calles balanceando su linterna, el hombre seguía escribiendo en un cuaderno escolar de 22 por 17 centímetros y rayado gris. Sólo en momentos de fatiga extrema se colocaba su casco Sarakoff, descendía al mundo de los humanos y recorría a caballo, como lo había hecho durante tantos años, los campos labrantíos de su hacienda. Sus peones lo saludaban con una mezcla de familiaridad y reverencia. No era sólo su exigente patrón sino su médico de cabecera, su protector material, su consejero espiritual. Nieto de un fundador de incontables empresas y bíblicas familias, él también habría querido ser un gran patriarca pero la naturaleza le había vedado, a él o a su esposa, la posibilidad de serlo. Ante la paternidad denegada, su reacción natural fue asumir una paternidad universal. Llevaba el nombre de dos santos fundadores, el de la caridad y el de la acción, y en su apellido había una reminiscencia del Calvario: Francisco Ignacio Madero.
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