Es conocido: Si la selección mexicana de fútbol, por poner el más clásico de los ejemplos, gana un partido; nosotros ganamos. Si en cambio, como suele ser más frecuente, el resultado es adverso; entonces es ella, la selección, la que perdió. Y así en todo.
“No deberíamos sentir orgullo de lo que no logramos, ni vergüenza de lo que no somos responsables” adelanta don Luis González de Alba, uno de los poco intelectuales mexicanos de izquierda que pueden asumirse como tales y no enrojecer de vergüenza. El comentario lo antepone a la reflexión sobre el Bicentenario y lleva razón. Somos muy buenos para enjuiciar y señalar con dedo flamígero lo que aquellos mexicanos hicieron mal o dejaron de hacer; también suele ocurrir que malentendemos lo que hicieron. González de Alba nos invita a mirar la viga en el ojo propio antes de ejercer inquisiciones.
El buen juez por la casa empieza, de ahí que nos comparta aquello que lo envanece y además expurgue su mea culpa. Leamos:
Así pues enlisto algunos motivos de orgullo y vergüenza de los que sí me siento responsable.
Mi trabajo en divulgación de la ciencia podría ser mejor. “Sólo traduce artículos de gringos”, dice un lector. ¿Qué se puede responder? No, no trabajo en conseguir fusión de hidrógeno, como debería estar haciendo, pero además de encontrar la nota (y Science me cuesta mucho dinero) y traducirla, explico: por ejemplo que la implosión ocurre también en las supernovas y deja una estrella de neutrones. Eso no estaba. Como tampoco qué son el deuterio y el tritio, qué un neutrón y un isótopo: los científicos escriben para sus iguales y no explican lo sabido, lo hago yo. Sé, con satisfacción, que hay al menos un físico que estudió esa carrera luego de leer mi historia de la cuántica (libro agotado).
Me avergüenza recordar, como buen obsesivo, que al recibir mi premio de periodismo por divulgación de ciencia, dejé a un miembro del jurado con la mano tendida, como me señaló mi amigo al sentarme: iba muy nervioso porque soy antisocial y el premio lo entregaba Cuauhtémoc Cárdenas, cuyo gobierno en el DF era una decepción.
Me avergüenza haber sido fundador y copropietario de La Jornada, que es ahora lo que es. Me avergüenza el sindicato de la UNAM que con tantos amigos ayudé a fundar. Me avergüenza el PRD, cuyos ancestros contaron con mi participación. Me avergüenza mi defensa, juvenil e ignorante, del monstruoso régimen castrista y del ignominioso Muro de Berlín; pero al menos ésta ya la pagué, y con lágrimas, y le arranqué a golpe de marro y cincel un pedacito que aún guardo.
Me da orgullo haber sido de los pocos que no dudamos ante el Chávez de Tabasco y haberle quitado algunos votos de los muy pocos con que perdió.
Me avergüenza mi incapacidad para hacer política y tener sólo opiniones y no riendas para hacer de México un país con un sistema de justicia eficaz, una hacienda con buena recaudación y un sistema de investigación científica sólido que nos inserte en el mundo…
Tampoco entiendo las marchas por el “orgullo gay”, ni me avergüenza mi orientación sexual. Creo que hago más con una novela como la reciente El sol de la tarde, mi versión del desencanto en mi generación, con su historia de amor entre dos militantes de izquierda, que con marchas y grititos: no me siento para nada identificado con las lentejuelas. Creo que más adolescentes se han sentido confirmados en su orientación al leerme que al ver pasar desfiguros que, la mera verdad, sí me dan vergüenza. He evitado más suicidios de indecisos con ensayos como La orientación sexual y novelas como Cielo de Invierno que marchando con tetas falsas y botas de tacón aguja.
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Dos avisos: 1.- Hoy toca el Cineclub (lugar y horario acostumbrados). 2.- Para aquellos que me acusan de misógino: el viernes 12 de marzo dedicaré el Cículo de Lectores de ese mes a rendir los honores a Blanca Varela. (Será modesta mi rosa, Blanca, pero desde que te conocí y hasta que muera: rendido a tus pies.)
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