miércoles, 2 de mayo de 2012

Diré adiós a los señores


Diré adiós a los señores,  la frase coloquial acostumbrada por Maximiliano al retirarse de una reunión, es retomada por Orlando Ortiz (Tampico, 1945) para titular su libro de crónicas sobre el Segundo Imperio;  escrito con el lenguaje ágil y ameno que caracterizan la prosa de este autor tamaulipeco que también ha cultivado el cuento, la novela, el relato infantil y el ensayo.

Hagamos un poco de historia. Promediaba el siglo XIX mexicano y  se tenía por telón de fondo  el enfrentamiento entre  liberales y conservadores. La Ley Juárez y la Ley Lerdo afectaban los intereses de insignes representantes de estos últimos, la milicia y el  clero. La constitución de 1857 consagraba los anhelos liberales; Benito  Juárez, líder de esa facción, asume la silla presidencial; comenzando, así, la Guerra de Reforma.  Ésta redujo a ruinas la economía nacional, los ingresos del erario se iban al pago de empréstitos. Juárez decreta la moratoria del pago de la deuda externa.  Ese fue el pretexto para que los acreedores extranjeros, Inglaterra, España, y, con más vigor, Francia, intervinieran militarmente en México. Serán los franceses, en complicidad con el bando conservador, los que finalmente, luego del revés militar propinado por los mexicanos bajo el mando de Zaragoza en la batalla del 5 de mayo de 1862, entrarán triunfadores a la capital de la República. Juárez huye. Una  Asamblea de Notables cifra el destino nacional: será monárquico. Una comisión viaja a Europa y ofrecen el trono a Maximiliano de Habsburgo.

Todo lo anterior, enunciado apretadamente, está relatado en los libros de historia, crónicas y novelas (destacando entre estas últimas Noticias del Imperio, de Fernando del Paso). De manera que algo se sabía  sobre  los usos y costumbres de la Corte pero muy poco sobre la vida cotidiana. Y es esa laguna la que pretende iluminar el libro de Orlando. Asistiremos, en sus páginas, a un variopinto desfile: aguadores, prostitutas, mineros, asaltantes de caminos; el pueblo, pues. Conoceremos  cómo vivían, cómo vestía, que comían,  qué hábitos le caracterizaban... cosas así.

Y aquí me callo, ilustra más reproducir algunos pasajes.

En aquellos tiempos: “El paludismo, la fiebre amarilla, el tifo, el cólera y muchos otros males semejantes hacían de la suya entre la población… Nacían cuarenta niños por cada mil habitantes, pero no sobrevivirían más de diez. De ellos sólo uno recibiría educación básica y no viviría más de veinticuatro años, según la expectativa de vida en esa época.”

El pueblo mexicano recibió a S.S.M.M.  Maximiliano y Carlota con pompa y circunstancia. Pero hubo casos en que a aduladores y lambiscones se les pasó la mano; como ocurrió en la recepción de Maximiliano en Morelia,  Michoacán: “… en uno de los arcos colgaron a una pequeñita rubia y preciosa, vestida de ángel, que sostenía en las manos un cartel muy mono que rezaba “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad”. Por fortuna la chiquilina no acabó insolada. “

Los caminos en ese entonces estaban en pésimas condiciones, infestados de bandidos y a merced de las inclemencias de la naturaleza; ríos torrenciales salidos de sus cauces, rocas desprendidas del talud de la montaña…  en pocas palabras: eran extremadamente peligrosos. De ahí que “los viajeros acostumbraban confesar y comulgar antes del viaje, hacer testamento, despedirse de sus familiares… dejar todos sus asuntos en regla antes de trepar a una diligencia.”

Sobre el oficio más antiguo, existía un Registro de Mujeres Públicas, el cual contenía: “fichas con los datos de cada prostituta (nombre, edad, domicilio… estado civil, enfermedades padecidas…) y una fotografía. Esta era bastante particular, pues en ellas las mujeres vestían sus mejores galas  y el fotógrafo las hacía posar como damas de alcurnia…”

Los Serenos: “En México, el origen de los policías son los guardias nocturnos, también conocidos como serenos, que nacieron no con fines de seguridad sino como vigilantes del alumbrado público.”

Confío en que la reproducción de los párrafos anteriores dan una  idea fiel del tono en el que está escrito el libro.  Y si bien,   al recorrer sus páginas  nos encontraremos con palabras que creíamos enterradas (“cáfila”, “linajudo”, “morrocotudo”, entre otras),  eso no empaña la claridad de la prosa que caracteriza a Orlando Ortiz. Finalmente, en la tarea de justipreciar esta obra, el próximo  sábado 5 de mayo, a las 3 de la tarde, nos reuniremos en Estación Palabra para leer y comentar algunos de sus pasajes. No habiendo más que agregar: diré adiós a los señores.

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