Diré adiós a los señores, la frase coloquial acostumbrada por Maximiliano
al retirarse de una reunión, es retomada por Orlando Ortiz (Tampico, 1945) para
titular su libro de crónicas sobre el Segundo Imperio; escrito con el lenguaje ágil y ameno que
caracterizan la prosa de este autor tamaulipeco que también ha cultivado el
cuento, la novela, el relato infantil y el ensayo.
Hagamos un poco de historia. Promediaba
el siglo XIX mexicano y se tenía por
telón de fondo el enfrentamiento entre liberales y conservadores. La Ley Juárez y la
Ley Lerdo afectaban los intereses de insignes representantes de estos últimos,
la milicia y el clero. La constitución
de 1857 consagraba los anhelos liberales; Benito Juárez, líder de esa facción, asume la silla
presidencial; comenzando, así, la Guerra de Reforma. Ésta redujo a ruinas la economía nacional, los
ingresos del erario se iban al pago de empréstitos. Juárez decreta la moratoria
del pago de la deuda externa. Ese fue el
pretexto para que los acreedores extranjeros, Inglaterra, España, y, con más
vigor, Francia, intervinieran militarmente en México. Serán los franceses, en
complicidad con el bando conservador, los que finalmente, luego del revés
militar propinado por los mexicanos bajo el mando de Zaragoza en la batalla del
5 de mayo de 1862, entrarán triunfadores a la capital de la República. Juárez huye.
Una Asamblea de Notables cifra el
destino nacional: será monárquico. Una comisión viaja a Europa y ofrecen el
trono a Maximiliano de Habsburgo.
Todo lo anterior, enunciado
apretadamente, está relatado en los libros de historia, crónicas y novelas
(destacando entre estas últimas Noticias del Imperio, de Fernando del Paso).
De manera que algo se sabía sobre los usos y costumbres de la Corte pero muy
poco sobre la vida cotidiana. Y es esa laguna la que pretende iluminar el libro
de Orlando. Asistiremos, en sus páginas, a un variopinto desfile: aguadores,
prostitutas, mineros, asaltantes de caminos; el pueblo, pues. Conoceremos cómo vivían, cómo vestía, que comían, qué hábitos le caracterizaban... cosas así.
Y aquí me callo, ilustra más
reproducir algunos pasajes.
En aquellos tiempos: “El
paludismo, la fiebre amarilla, el tifo, el cólera y muchos otros males
semejantes hacían de la suya entre la población… Nacían cuarenta niños por cada
mil habitantes, pero no sobrevivirían más de diez. De ellos sólo uno recibiría
educación básica y no viviría más de veinticuatro años, según la expectativa de
vida en esa época.”
El pueblo mexicano recibió a
S.S.M.M. Maximiliano y Carlota con pompa
y circunstancia. Pero hubo casos en que a aduladores y lambiscones se les pasó
la mano; como ocurrió en la recepción de Maximiliano en Morelia, Michoacán: “… en uno de los arcos colgaron a
una pequeñita rubia y preciosa, vestida de ángel, que sostenía en las manos un
cartel muy mono que rezaba “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de
buena voluntad”. Por fortuna la chiquilina no acabó insolada. “
Los caminos en ese entonces
estaban en pésimas condiciones, infestados de bandidos y a merced de las
inclemencias de la naturaleza; ríos torrenciales salidos de sus cauces, rocas
desprendidas del talud de la montaña… en
pocas palabras: eran extremadamente peligrosos. De ahí que “los viajeros
acostumbraban confesar y comulgar antes del viaje, hacer testamento, despedirse
de sus familiares… dejar todos sus asuntos en regla antes de trepar a una
diligencia.”
Sobre el oficio más antiguo,
existía un Registro de Mujeres Públicas, el cual contenía: “fichas con los
datos de cada prostituta (nombre, edad, domicilio… estado civil, enfermedades
padecidas…) y una fotografía. Esta era bastante particular, pues en ellas las
mujeres vestían sus mejores galas y el
fotógrafo las hacía posar como damas de alcurnia…”
Los Serenos: “En México, el
origen de los policías son los guardias nocturnos, también conocidos como
serenos, que nacieron no con fines de seguridad sino como vigilantes del
alumbrado público.”
Confío en que la reproducción de
los párrafos anteriores dan una idea
fiel del tono en el que está escrito el libro.
Y si bien, al recorrer sus
páginas nos encontraremos con palabras
que creíamos enterradas (“cáfila”, “linajudo”, “morrocotudo”, entre
otras), eso no empaña la claridad de la
prosa que caracteriza a Orlando Ortiz. Finalmente, en la tarea de justipreciar
esta obra, el próximo sábado 5 de mayo,
a las 3 de la tarde, nos reuniremos en Estación Palabra para leer y comentar
algunos de sus pasajes. No habiendo más que agregar: diré adiós a los señores.
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