A poco de fallecer Jorge Semprún, Letras Libres solicitó, telefónicamente, a Mario Vargas LLosa sus impresiones. Aqui va la transcripción:
Como pocos escritores de su tiempo, como a Malraux, a Arthur Koestler o a Orwell, a Semprún le tocó vivir como actor, no como testigo, los grandes hechos históricos del siglo XX. Sin embargo, tuvo la capacidad, muy infrecuente en el hombre de acción, de tomar una distancia intelectual para analizar lo que vivió o escribir ficciones a partir de su experiencia histórica. No se puede separar al Semprún militante, actor en los grandes acontecimientos históricos de su siglo, del escritor y del intelectual.
Le tocó vivir la Guerra Civil española en el exilio; luego, cuando viene la Segunda Guerra Mundial, es un estudiante de filosofía y pasa muy joven todavía a militar en la resistencia; es capturado por los nazis, es torturado y es enviado a la experiencia más atroz de la época, que son los campos de concentración. Pasa casi dos años en Buchenwald y sobrevive, en cierta forma, de milagro. Luego milita en el Partido Comunista, para vivir la utopía de la sociedad sin clases, de la igualdad absoluta, y durante muchos años es un militante muy arriesgado, porque durante el franquismo lo envían a España para tratar de constituir grupos o células comunistas en Madrid, y en cada viaje se juega literalmente la vida. Son los años de su pseudónimo, Federico Sánchez, sobre los que escribió después un libro muy interesante, la Autobiografía de Federico Sánchez; luego le toca vivir también la crisis del comunismo. Se convierte en una víctima del estalinismo: es expulsado por tratar de introducir en el comunismo español el eurocomunismo, más bien democrático y abierto, lo que para él es un desgarramiento terrible, porque había consagrado toda su vida al Partido Comunista, y luego tuvo que reconstruirse ideológicamente adoptando la cultura democrática, volviéndose un crítico tan severo como Orwell o Koestler de los viejos comunistas. Y luego está su inserción en el mundo democrático: llega a ser ministro de Cultura de un gobierno socialista sin perder nunca una independencia que desde que fue expulsado del Partido Comunista lo caracterizó siempre a la hora de escribir. Al vivir de esa manera tan intensa, y como actor de los grandes hechos históricos, Semprún fue un escritor comprometido en un momento en el que ya no estaba de moda la literatura comprometida. En El largo viaje, su primera novela, habló de su experiencia concentracionaria. Pero el libro de Semprún que me parece más admirable es La escritura o la vida, una reflexión sobre la manera en que la literatura puede dar un testimonio vívido, creativo y al mismo tiempo tremendamente enriquecedor, de lo que es la experiencia de la historia.
Es un libro muy hermoso, maravillosamente escrito, muy desgarrador, porque en él se encuentra todo el drama de una vida que estuvo constantemente enfrentada a fracturas terribles.
Semprún y yo fuimos muy amigos. Y siempre fue para mí una experiencia riquísima conversar con él. Era un hombre muy discreto, no exhibía para nada esa experiencia tan intensa y tan diversa que tuvo; jamás le oí hablar, por ejemplo, de los campos de concentración, salvo una vez que me impresionó mucho, porque nunca le había visto tan conmovido. Era 1992, yo estaba viviendo en Berlín y él acababa de ir por primera vez a Buchenwald desde que estuviera preso allí dos años. Hizo escala en Berín y estuvimos conversando; estaba completamente afectado cuando me dijo: “A mí me salvó la vida un hombre ante el que tuve que registrarme la noche que llegué a Buchenwald. Se trataba de un prisionero político alemán que tomaba registro de los que llegaban a los campos.” Semprún se acordaba claramente de que ese hombre alemán le preguntó cuál era su profesión, y él le dijo que era estudiante de filosofía. Entonces, recordaba, el alemán levantó la vista e hizo un movimiento negativo con la cabeza, como diciéndole que no. Pero él insistió. Le dijo: “Sí, sí, estudiante de filosofía.” Y el alemán escribió en el registro. Pero Semprún nunca vio lo que escribía hasta que en 1992 volvió a Buchenwald y le mostraron el registro, recordó la escena y se dio cuenta de que en el rubro “profesión” el alemán había escrito “estucador”, “stukateur”, obrero del estuco. A los estudiantes de filosofía y a los intelectuales los fusilaban inmediatamente. Al hacerlo pasar como obrero le salvó la vida, y eso lo descubrió en 1992. Es la vez que vi más afectado a Semprún, quien tenía esa cosa elegante de disimular sus sentimientos. Él estaba profundamente emocionado porque descubrió medio siglo después que quien le había salvado la vida era un prisionero político alemán.
Era muy buena persona, muy buen amigo, generoso, un hombre más bien modesto y templado por esas experiencias terribles. Me ha dado pena su muerte: tengo la sensación de que desaparece un determinado linaje de escritor que ya no puede existir en el mundo de hoy.
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