Recuerdo un estribillo de Joaquín Sabina:
En pantalla Dalila cortaba el pelo al cero a
Sansón
y en la última fila del cine, con calcetines aprendimos tú y yo.
Juegos de manos, a la sombra de un cine de verano.
Juegos de manos, siempre daban una de romanos.
y en la última fila del cine, con calcetines aprendimos tú y yo.
Juegos de manos, a la sombra de un cine de verano.
Juegos de manos, siempre daban una de romanos.
Lo de los calcetines es importante subrayarlo
porque alude a la edad temprana. He recuperado esas líneas no por lo relativo a
los primeros escarceos del cantautor
andaluz sino por la serie de películas que cifraron el gusto de esa época. Por lo que a mi toca, mi educación
sentimental está ligada al western. De manera que cuando niño, en la matiné, siempre daban
una de vaqueros.
Borges veía el
western como un bastión de la épica.
Por la exaltación del coraje que suele caracterizarle, el género no podía serle indiferente. Las
películas del oeste nos simplificaban la existencia: éste era el valiente,
aquel el canalla. Con el correr de los años el cine complicó la cuestión al
punto que resultó indistinguible el bueno del malo. Quizá por eso recordamos
con cariño aquella Arcadia donde no había lugar a las equivocaciones.
Entre las películas de vaqueros, La diligencia (Sategecoach), de John Ford, ocupa un lugar de honor. Data de 1939
y el rol protagónico corre a cargo de
John Wayne.
¿Qué sucede cuando un grupo de extraños se ven
obligados, por las circunstancias, a compartir un trecho de sus vidas? Una de
las posibles respuestas es la historia que nos cuenta este film.
Al principio se nos presentan a quienes
viajarán en la diligencia: la prostituta, el médico borracho, la dama, el
jugador, el banquero, el hombre de negocios, el sheriff y el conductor. En el
camino se les sumará el prófugo Ringo Kid (Wayne). También se nos informa que el telégrafo ha sido cortado y en el área
merodean los apaches.
Como se podrá imaginar, dando que el viaje
inicia en un punto y terminará en otro, hay un desplazamiento, interrumpido por
los altos en las diversas postas para descansar y comer, durante el cual habrá lugar para la
interacción entre los variopintos personajes. No hablaré del final pero
anticipo que éste se teje entre el romance y un ajuste de cuentas.
Hay una secuencia que el espectador
difícilmente olvidará, aquella donde la diligencia repele a plomo una emboscada de los apaches. Ahí, quedó para
la historia muestra de la pericia técnica de Ford y su equipo.
John Ford (1894-1973), cuatro veces ganador
del Oscar, dirigió más de 140 películas,
es uno de los grandes directores de la industria, comenzó su carrera en
el cine silente, entre sus trabajos también se cuentan Las uvas de la ira, Qué verde
era mi valle, El fugitivo, El hombre tranquilo, El hombre que mató a Liberty Valance.
Los exteriores de La diligencia se rodaron
en Monument Valley, fue postulada a
siete Premios de la Academia; consiguió dos -mejor actor de reparto (Thomas
Mitchell) y mejor música-. Popularizó a John Wayne y es para muchos una
de las mejores películas del oeste de todos los tiempos. El próximo miércoles,
dos de octubre, en el cineclub de Estación Palabra, a eso de las seis de la
tarde, se proyectará esta película. La entrada es libre.
Envío estas líneas a Antonio Saravia con quien no pocas
veces he compartido el cine y la sardina.