“Alfonso Reyes y Jorge
Luis Borges hubieron de hallarse frente a frente en algún momento del año
1927”, sostiene Coral Aguirre en su libro Las cartas sobre la mesa, editado
por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León.
Aquel año,
Reyes se establecía en Buenos
Aires en calidad de embajador. Entre los empeños a los que se
abocó, para estrechar los vínculos entre
la Argentina y México, estuvo la publicación de una revista cultural Cuadernos
del Plata y la frecuentación de quienes
entonces dominaban la escena cultural porteña; una de esas personalidades, Victoria Ocampo, al poco tiempo fundaría Sur; una de las revistas culturales
más importantes del orbe hispanohablante.
Fue, precisamente, en casa de
Victoria Ocampo donde tuvo lugar el encuentro de esos dos notables escritores
latinoamericanos. Borges lo refiere así: “Yo lo conocí en la quinta de Victoria
Ocampo, que está creo en San Isidro. Lo conocí a Alfonso Reyes, y recordé
enseguida a otro poeta mexicano; a Othón… Entonces, Alfonso Reyes me dijo que él había conocido a Othón, que Othón frecuentaba la casa de su padre, el general Reyes, que se
hizo matar cuando la Revolución Mexicana…”
Coral Aguirre nos recuerda el
desenlace de aquella mítica conversación: Yo le dije: pero cómo, ¿usted lo
conoció?, y él dio enseguida con la cita oportuna, aquellos versos de Browning:
hay un señor que habla de Shelley, y el otro le dice: “Pero cómo ¿usted vio a
Shelley, usted ha visto a Shelley?”. Y entonces, cuando yo le dije: ¿Usted
conoció a Othón?, Reyes murmuró: “Ah, did you once see Shelley plain…”
Así comenzó una de las amistades
virtuosas, para decirlo a la manera aristotélica, cuya sombra aún nos convoca. A
ambos los unía el rechazo a la aldea y una voracidad intelectual infinita. Sin
embargo cada uno veía en el otro cosas distintas. Como lo advirtió Octavio Paz:
“… para Borges, el escritor mexicano era el
maestro de la prosa; para Reyes, el argentino era un espíritu curioso”.
Es probable que quien haya sacado mejor
provecho de esa camaradería fuese Borges. El argentino había tenido por
maestros al andaluz Rafael Cansinos Assens y a su compatriota Macedonio
Fernández; ese trato explica sus primeras tentativas literarias cargadas al
ultraísmo y a lo vernáculo. Pero es a
partir de su relación con Reyes que Borges se enfila por el camino clásico y
universal que terminará por darle fama mundial.
Así lo manifiesta en “Discusión”, libro de ensayos publicado por
Borges a poco de iniciada su amistad con
Reyes, ahí se vislumbra la senda por la
que habrá de transitar:
Creo que los argentinos, los
sudamericanos en general… podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos
sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene,
consecuencias afortunadas.
Para alumbrar lo antes expuesto, tomemos por linterna un comentario de Roberto
Bolaños: “… Borges no lo aprende todo de Macedonio, sino también, una parte
importante, de Alfonso Reyes, quien lo cura para siempre de cualquier veleidad
vanguardista. .. Digamos que Reyes proporciona el elemento clásico a Borges, la mesura apolínea, y eso de alguna manera lo salva, lo
hace más Borges.”
Todas las citas textuales
mencionadas y el relato que las acompaña las he tomado del libro de Coral
Aguirre al que aludí en el primer párrafo.
En esa obra suya, Coral dibuja los perfiles de ambos escritores así como
el intercambio epistolar que sostuvieron (cartas dadas a conocer, entre
nosotros, hace algunas décadas, por José Emilio Pacheco), de allí el título:
Las cartas sobre la mesa; curiosamente esa es, también, la expresión
coloquial a la que acudimos cuando el propósito es sincerarnos.
Coral Aguirre, escritora
argentina afincada en Monterrey (ese sólo dato, podría intuirse, anunciaba el
libro), abordaría de nuevo la relación
Borges-Reyes en su obra de teatro La
elección de Ifigenia. Pero, hit et nunc, Las cartas sobre la mesa es un libro recomendable para todo aquel que quiera
abundar sobre tan insignes personajes que compartieron un trecho de este mundo,
citando a Borges, en virtud del vago azar o las precisas leyes.