Alfonso Reyes es un autor que se cita mucho y se lee poco. La vastedad de su obra suele intimidar: lo mismo sus cuestiones gongorinas que sus estudios helénicos;sólo por citar un par de asuntos hoy mirados con desdén.
Se ha presentido, para acercarse a Reyes amerita una brújula. Consiente de ello, y en conmemoración de su 50 aniversario luctuoso, acaecido el pasado 27 de diciembre, Letras Libres, en su número reciente, convocó a un grupo de lectores del regiomontano para arrojar la primer piedra de lo que podría terminar siendo un diccionario alfonsino.
Comparto ahora algo de la entrada “Ortega y Gasett” preparada por Adolfo Castañón. En 1927, con 43 años de edad, Reyes llega a Buenos Aires, allí “trabará con un selecto grupo de escritores y artistas entre los que sobresale su amigo impar, el entonces joven Jorge Luis Borges (28 años)”. Por aquellos años, invitado por Victoria Ocampo, José Ortega y Gasset visita la capital Argentina; un ensayo del español lo malquistará con el mexicano. Así lo recuerda Borges:
(Reyes) estaba indignado por un juicio más o menos ligero y atolondrado de Ortega y Gasset sobre Goethe. Goethe era uno de los dioses de la vocación de Alfonso Reyes. Entonces formuló varias objeciones y yo le dije que por qué no las escribía. Y entonces él, con genuino estupor me dijo: “Pero cómo yo voy a polemizar con Ortega y Gasset”. Yo le dije: “Pero todos sabemos que usted es infinitamente superior a Ortega y Gasset”.
Esa tímida actitud obedecía a cierta cortesía del mexicano que lo llevaba, a decir de Borges, a ponerse “en actitud de discípulo ante escritores que eran ciertamente inferiores a él”. Borges, sus lectores lo sabemos, cultivaría esos modales. Entre la gritería que hoy nos ensordece no vendría mal rescatar aquella herencia de Reyes.
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