En La muerte de Montaigne, Jorge Edwards expone algo de la vida e ideas del padre del ensayo moderno, pero además organiza un edificante y deleitable convivio con los clásicos latinos. Abunda en anécdotas, como esta:
Galba, personaje romano, invitó un buen día a cenar a su casa a Mecenas, hombre poderoso, inteligente, arrogante. Ordenó colocar en la mesa su mejor vajilla y sus mejores vinos. Al poco rato advirtió, advirtió que su mujer, sin demasiado disimulo, con algo de impudicia, le coqueteba y le ponía caritas a Mecenas. Galba, entonces, se hundió en sus cojines, fingiendo que le había bajado un sueño irresistible. Entró un criado, al poco rato, y se puso a retirar los platos y los vasos con gran diligencia. ¿No ves, estúpido, le susurró Galba, que sólo duermo para Mecenas?
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