martes, 11 de octubre de 2011

La clase muerta



Dos relatos constituyen La clase muerta, de Mario Bellatin, en el primero de ellos, Biografía ilustrada de Mishima, el célebre autor japonés, descabezado, zurce pasajes de su vida y los enhebra con episodios que asociamos a Bellatin (muy concretamente, las menciones a la talidomida, el fármaco que tomó su madre durante el embarazo, causante de la malformación congénita en su antebrazo derecho).

Este libro no es para nosotros si no aceptamos que la historia sea relatada por un decapitado; por cierto, hay un pasaje que se me antoja reproducir porque veo en él un atributo lo mismo cultivado por Mishima que por Bellatin, la exhaltación del vacío:

Después del fracaso que significó no encontrar una cabeza profesional, Mishima pensó que quizá aquella falta podría enmendarse buscando algo que contuviera la esencia de una artificialidad extrema. No pensaba que lograría algo en ese sentido recurriendo al campo de la ortopedia. Sabía que en ese ámbito, por lo general, en lugar de resaltar lo falso se trataba de esconderlo. Allí estaban para corroborarlo los bisoñés, los ojos de vidrio y las manos de amarillentas pieles de plástico que se ofrecían en los negocios especializados.


Como en otras historias de Bellatin, lo narrado puede parecernos extraordinario, sórdido... absurdo pero también inquietante, pero también colmado de imágenes sugerentes. Me quedo con una, Mishima desde su búngalo contempla el paisaje: Bosques, campos de cultivos, un desierto que se confunde con el mar.

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