lunes, 27 de junio de 2011

Un actor de teatro



Antonio Saravia me ha compartido su Tilichero, uno de los trabajos artesanales que acostumbra, en sus palabras: “Atesoro, guardo y acumulo para luego percatarme con el paso del tiempo, de que aún cuando parte de ello es sin duda lastre, también la mayor parte es simplemente combustible biográfico.”

Entre las pasiones de Saravia destaca el Teatro, por ello no extraña que formando parte de sus tiliches se cuente una carta que hacia 1901 dirigiese C. Stanislavski a un estudiante de Teatro que quería colaborar con él. Reproduzco un fragmento:

… El teatro es la tribuna más poderosa que existe; mucho más poderosa, por su influencia, que los libros o los periódicos. Pero esta tribuna ha caído en manos de la escoria de la sociedad humana que la ha prostituido. La meta que persigo es, hasta donde me alcancen las fuerzas, hacer evidente a la actual generación que el actor es un misionero de la belleza y la verdad. Para lograr esto, el actor debe saber levantarse por encima de la plebe, en virtud de su talento, o de su auto-educación o de otras capacidades. Un actor debe ser, ante todo, una persona culta, debe ser capaz de ponerse a la altura de los genios de la literatura… Para que compruebe lo que le he dicho lea “El Maestro Constructor” de Ibsen, o su “Hedda Gabler”… De modo que continúe estudiando y tendré mucho gusto en aceptarle como colaborador, pero si persiste en permanecer falto de cultura, le consideraré un enemigo del teatro y le combatiré con todas mis fuerzas.

domingo, 19 de junio de 2011

Ñandú



La escena final de El fantasma de la libertad, es uno de los finales de Buñuel que màs me intrigan. Pasando a otra cosa, las notas dispuestas por Pligia, en Blanco nocturno, constituyen ficciones autònomas; como la siguiente:

Una vez -contó Sofía- habían desarmado el motor de una de las primeras trilladoras mecánicas y dejaron los bulones y las tuercas para que se orearan en el pasto mientras empezaban a revisar las aspas, y de pronto apareció un ñandú que salió de la nada y se comió las tuercas que brillaban al sol. Glup, glup, hacía el cogote del ñandú mientras se tragaba las tuercas, los bulones. Empezó a retroceder de costado, con sus ojos enormes, y trataron de enlazarlo, pero fue imposible, corría como una luz y después se paraba y los miraba con una expresión tan loca que parecía que estubiera ofendido. Al final terminaron persiguiendo al avestruz en auto por el campo para recuperar las piezas de la maquina.

viernes, 17 de junio de 2011

Columpios



Una inquietante sensación entraña cada nuevo (nuevo para este perezoso lector, se entiende) poema de Fabio Morábito:

Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto,
cada generación los pinta
de un color distinto
(para realzar su infancia)
pero los deja como son,
no se investigan nuevas formas
de columpios,
no hay competencias de columpios,
no se dan clases de columpio,
nadie se roba los columpios,
la radio no transmite rechinidos
de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos
ellos que inician a los niños en los paréntesis
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día, sin una gota
de humedad, se bajan del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero, hacia
su muerte todavía lejana.

jueves, 16 de junio de 2011

Borgeana



Con motivo de los 25 años de su fallecimiento, por estos días se insiste en Borges. Reproduzco una anécdota del argentino recogida por allí:

Otra pregunta repetida es si todo lo que escribo lo hago primero en inglés y luego lo traduzco al español. Yo les digo que sí, que, por ejemplo, los versos: "Siempre el coraje es mejor, / nunca la esperanza es vana, / vaya pues esta milonga, / para Jacinto Chiclana" se ve en seguida que han sido pensados en inglés; se notan, inclusive, las vacilaciones del traductor

lunes, 13 de junio de 2011

Rebenque




Ahora que leo Blanco nocturno, de Ricardo Pligia, me topo sucesivamente con esa palabra. Poco común, bien cierto, entre nosotros los mexicanos, pero familiar a los argentinos.

El rebenque es un pequeño látigo usado por los gauchos para azuzar a la cabalgadura. Pero también:

El rebenque se empleaba asimismo como arma, supliendo al facón en los combates que no ameritaban efusión de sangre o llevado en la mano izquierda para complementar a este, así como para disciplina corporal en el ámbito doméstico y escolar.

En ocasiones, en el norte de la Argentina, también se denomina así a los trozos de materia fecal humana desecados al sol, con el fin de crear un elemento contundente y arrojadizo, con el fin de lesionar física y emocionalmente a los contrincantes en batallas por honor, o por simple malicia
(Fuente: Wikipedia)

miércoles, 8 de junio de 2011

Un poema de José Angel Valente





A usted le doy una flor,
si me permite,
un gato y un micrófono,
un destornillador totalmente en desuso,
una ventana alegre.
Agítelos.
Haga un poema
o cualquier otra cosa.
Léasela al vecino.
Arrójela feliz al sumidero.
Y buenos días,
no vuelva nunca más, salude
a cuantos aún recuerden
que nos vamos pudriendo de impotencia.

jueves, 2 de junio de 2011

Leonora & Max




Ahora que el tándem Leonora Carrington /Max Ernst está de moda, don José de la Colina nos cuenta cómo se conocieron:

Una tarde de 1937, en una sala de exposición cerca de Picadilly Circus en que contemplaba extasiada un cuadro de Turner, Leonora oyó un susurro que sobre su hombro alguien le soplaba en un francés levemente acentuado de alemán: Cet Turner, quel merde de peintre!

Furiosa, Leonora se volvió a darle al casi silbante insolente una somera lección de cultura artística, si es que no una bofetada, y se encaró con un apuesto hombre ya cuarentón, alto, rubio, de nariz aguileña y ojos claros, que la miraba y sonreía abiertamente. Y entonces ella, quizá presintiendo desde el primer momento (como en cualquier novela rosa pero esta vez de veras) que el seductor e insolente desconocido iba a ser en su vida el primer hombre importante y su primer amante y su primer verdadero maestro de pintura, también sonrió.

El hombre era Max Ernst, miembro fundador del ya muy célebre grupo surrealista que reunía a André Breton, Paul Eluard, Benjamin Péret, Robert Desnos, Luis Aragon, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Luis Buñuel y otros. Y ante la clara mirada y la franca sonrisa del hombre que la había seguido desde hacía muchas calles hasta esa exhibición de un pintor qu en verdad él detestaba, ella se prendió de su brazo y salieron juntos a la calle, compraron cucuruchos de papas fritas en un puesto esquinero y, comiéndolas, pasearon por la ‘City” bajo un encendido crepúsculo no poco turneriano y de aquellos que entusiasmaban al hacía un año fallecido Gilbert K.Chesterton (un autor favorito de Leonora aunque fuese católico y ella estuviera harta de catoliquerías).